20/11/13

Biblioteca.

Recorro el estrecho pasillo observando los lomos de los libros como si esperara  una revelación, como un arqueológo en los pasadizos de una pirámide. Extraigo uno y lo hojeo. Mario me llama a gritos tirándome del pantalón. Le recuerdo que en las bibliotecas hay que hablar flojito. Mira, me dice en eufóricos susurros, mira este libro que he cogido yo: también tiene letras. Suelto una carcajada y el bibliotecario me mira desde lejos, apretando los labios, conteniendo la reprimenda para no perturbar  la lectura de nadie.

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