14/10/20

Ayuno

Dos días completos sin leer la prensa, sin entrar en Twitter, sin ver la televisión. Dos días sin insultos parlamentarios, sin manipulaciones populistas, sin ofendidos con antorchas, sin hashtags reivindicativos. Dos días sin anécdotas de vida o muerte. Dos días sin bulos virales, sin chistes crueles, sin comentarios sarcásticos. Dos días van en los que no he visto siquiera un fascista. Dos días sin ruido, sin agitación, sin efervescencia. Sin levadura. La actualidad es tan volátil y delicada que sin nuestro aliento y atención continuos se evapora en un instante, y queda solo la vida sencilla y corriente de uno y la de quienes lo rodean. La vida sin aditivos. Menos esponjosa, menos vistosa. Mucho más nutritiva. Incomparablemente más digestiva.

8/10/20

Palabras

Una pelea de parque termina con un niño de 4 años gritándole a otro "¡Me cago en to's tus muertos!", lo que lleva a su madre a intervenir sin dilación. ¡Qué has dicho!, grita presa de la ira, ¿desde cuándo dices eso? Desde que alguien me pega, contesta el niño. ¡Estás jugando y el juego es así, es lo que hay! Pero ¿de dónde coño has sacado tú esas palabras? ¡Que digas coño, mierda o gilipollas vale, porque lo digo yo, pero como vuelva a escucharte eso te juro que te cruzo la cara como nunca te la he cruzado! ¡Ahí vas a saber lo que es tu madre enfadada! El niño, sabiamente, guarda silencio. Pero aún no es tan sabio como para ocultar la furia en su mirada. Relaja esa cara, dice la madre, a mí me miras de otra manera. Y enseguida añade: Ay, me cago en tu padre, ven a darme un beso. ¡Y ponte bien la mascarilla!

6/10/20

Agenda

Entre la astenia primaveral, el aplatanamiento estival, la apatía otoñal y el entumecimiento invernal, estamos apañaos.

5/10/20

Chocolate

El niño sigue a su madre por los pasillos del supermercado gritando en bucle "¡Chocolate, quiero chocolate! ¡Chocolate, quiero chocolate!", y en la cola de caja, el suceso enseguida da pie a dos viejas para entablar conversación. Desde luego, hay que ver, dice una. No deja a la madre tranquila, dice la otra. Y ya sintiéndose respaldada, la primera exclama: ¡Me dan ganas de matarlo! Luego las dos viejas se quedan en silencio meneando la cabeza y mordiéndose los labios de la rabia. Quizá habrían proseguido la charla de no ser porque a una de ellas le llega ya el turno de pagar, y se aleja a paso decidido, deteniéndose solo un instante, el tiempo justo y necesario para añadir a su cesta una tableta de chocolate.