20/12/16

Delfines

Mientras la gente toma asiento para disfrutar de la exhibición, me descubro mirando las imágenes subacuáticas de unos delfines en la gran pantalla que preside el recinto. Giran, se lanzan como torpedos, danzan los unos con los otros, sonríen a cámara. Las imágenes son tan hipnóticas que tardo en darme cuenta de que en la piscina, ahí abajo frente a las gradas, asoman sus lomos los delfines en persona. Enseguida compruebo que el vídeo no es en directo, pues las zambullidas y evoluciones de los protagonistas no se corresponden con la realidad. Probablemente ni siquiera se trata de los mismos animales, hecho que no parece importarnos lo más mínimo a todos los que disfrutamos del espectáculo audiovisual, tan superior a la insípida visión de unos cuerpos grises reolviéndose en el agua.

15/12/16

Bola de nieve

He tenido que tocar el claxon para no atropellar a dos urracas que había en mitad de la calzada. Se han resistido hasta el último segundo a abandonar los restos aplastados de una paloma, o quizá de una rata. Temo que esto pueda convertirse en el inicio de una espiral infinita de banquetes y atropellos, un efecto bola de nieve de pequeñas bestias atropelladas que son devoradas por pequeñas bestias que son atropelladas que son devoradas por pequeñas bestias, y así sucesivamente, y que al final me vea obligado a ascender un montículo creciente de cadáveres de alimañas despachurradas para llegar a mi casa.

14/12/16

Vaho

Lo peor de los días fríos y húmedos no es precisamente el frío y la humedad, sino el vaho, el hecho de que el aliento de todos los que van por la calle se vuelva de pronto visible, y tener que avanzar esquivando sus exhalaciones para que no se le cuelen a uno en la boca.

2/9/16

Unos apuntes sobre Magistral, de Rubén Martín Giráldez

Para evitar suspicacias, no lo dejemos para el final: el talento, ingenio y dominio de la técnica de Rubén Martín Giráldez es extraordinario. Su ambición y voluntad de estilo, su apuesta por el lenguaje y la exploración literaria son incuestionables.

Eso no lo discuten ni sus detractores (aunque sorprende lo escondidos que están). O precisamente ahí reside el quid del asunto. El libro es tan feroz en su crítica a la mediocridad reinante (del castellano, de la literatura, y de todos los agentes involucrados), y su poética es tan manifiestamente pretenciosa, agresiva y sofisticada  que nadie, y mucho menos la crítica, se atreve a cuestionarlo, pues corre el riesgo de ponerse en evidencia.

La prosa de Martín Giráldez es apabullante, pero seamos francos, no hay un ápice de originalidad ni sorpresa ni en los blancos de sus críticas a diestro y siniestro, ni en sus argumentos, que son fundamentalmente generalizaciones y clichés.

Llega un punto en que el virtuosismo técnico y la exuberancia lingüística no son suficientes para llevar adelante la narración,  y la pomposa farsa barroca se desinfla sin remedio de la mitad en adelante, y hablamos de un libro que a duras penas suma 100 páginas.

La idolatría de la literatura experimental estadounidense y de Ben Marcus en particular, bien sea ejercida por el autor o el narrador (distintos, insiste Martín Giráldez), acaba siendo irritante, por cansina e innecesaria. También intrascendente. Todo esto solo se la pone dura a los doctorandos que habitan entre el polvo y las polillas de la facultad de Filología, sin pisar el césped ni ver jamás la luz del sol.

Por otra parte, por más que el autor lo niegue, es evidente que, bufonadas y exageraciones aparte, el libro está cargado con las opiniones y prejuicios del propio Martín Giráldez. De hecho, le he leído en entrevistas párrafos extraídos casi literalmente de la novela. Su vanidad y engreímiento no tienen límites, su ambición y exigencia tampoco, cierto. Sin embargo, si los tienen su rigor y su amplitud focal. No puedes soltar todo eso por tu bocaza y luego decir que no conoces bien el panorama literario español. Bueno, puedes, pero es como mínimo poco decoroso. Tampoco puedes señalar el camino de la exploración literaria como si solo hubiera un camino. Bueno, puedes, pero lo idóneo es que cada uno explore por dónde le venga en gana, ¿no? Y finalmente, no puedes reducirlo todo a una cuestión de megalomanía, tipo "Si no te crees un genio, no nos hagas leer tus escritos". Para empezar, aquí nadie hace leer nada a nadie (ya quisiéramos). Para seguir, no veo qué problema supone para nadie que la gente escriba. Cada texto no puede ni debe suponer una aportación imprecindible a la historia de la literatura. Que yo no sea un genio literario no significa que no pueda escribir, del mismo modo que el hecho de que no sea tan buen amante como Nacho Vidal no significa que no pueda hacer el amor.

Al contrario del elitismo que postula Martín Giráldez tanto en la novela como en las entrevistas (su utopía de lectores que solo leen libros tan buenos como el suyo),  yo reivindico que todo el mundo lea (lo que le dé la gana), que todo el mundo escriba (lo que le dé la gana), y lo más importante,  que todo el mundo folle hasta quedarse ciego.

Magistral es, por encima de sus demás virtudes, un perfecto ejercicio de autobombo. Y está funcionando a las mil maravillas. Si te parece bien, Martín Giráldez tenía razón (en lo bueno que es). Si te parece mal, también (eso es lo que él pretendía, cabrearte).

A pesar de todos los pesares: un libro estimulante, con una lengua viva y llena de veneno, y que merece la pena leer, aunque solo sea por lo que está dando que hablar (y me temo que todos los que hablan lo hacen siendo fieles a los estereotipos criticados en la novela, dándose la razón los unos a los otros sobre su valor artístico incalculable sonriendo nerviosos ante la posibilidad de que alguien se salga del guion y sean cogidos in fraganti).

Consejo del día: debe leerse de corrido y en voz alta, y sin diccionarios a mano.

Mi pronóstico (hay que mojarse): dentro de diez años nadie lo recordará.

4/7/16

Brexit

Estoy convencido de que en mayor o menor medida todos albergamos la misma sospecha, la misma intuición: La razón de que haya triunfado el Brexit no tiene absolutamente nada que ver con el auge del nacionalismo conservador, ni con la crisis económica global, ni con el miedo al descontrol de los flujos migratorios, ni mucho menos con la pérdida de fe en la Unión Europea. La única razón, por más que lo puedan negar sus defensores, e incluso sus detractores, es por supuesto estrictamente retórica, publicitaria. Si lo prefieren, poética.

Imposible saber ahora que habría pasado si en lugar del Remain, la alternativa al Brexit hubiera sido,  por ejemplo, el Bremain. O incluso, por qué no, el Great Bremain.

21/6/16

Salva el Ártico

En plena campaña electoral, un comando de asesores aconseja al gobierno atenuar su imagen conservadora participando en una acción ecologista contra el cambio climático. Así pues, el presidente y sus ministros, cartera en mano y corbata al cuello, se plantan sobre una placa de hielo a la deriva para poner de relieve el acuciante peligro al que se enfrentan a diario osos polares y pingüinos desurados,  comprometiéndose bajo notario a no ponerse a salvo en la zodiac desde las que se les filma en todo momento hasta obtener un mínimo apoyo de la ciudadanía, que esperan recibir en forma de cascada de SMS. 

Tras un sonoro plop, la placa de hielo ha pasado a flotar por debajo de la superficie, y los miembros del gobierno se miran de soslayo sin dejar de sonreír a las cámaras. No se sabe si por recomendación de los asesores de imagen o si porque se les están escarchando los pies.

Hay quien asegura que es la peor campaña posible para salvar el Ártico.

12/6/16

Desabastecimiento

La imagen es desoladora: una fila interminable de familias, los niños apagados y pegajosos, colgados del cuello de sus padres, mientras estos los distraen del sudor, del opresivo apretujamiento, con palabras dulces y canturreos al oído, pisoteando la impaciencia con pasitos de baile al son de la melodía silenciosa de la desesperanza. 

Una absoluta vergüenza que esta imagen se repita una y otra vez en un país supuestamente civilizado como España, la fila tan lenta como un cercado de estacas, la espera tan larga que permite seguir la trayectoria del sol, asistir desesperado al deslizamiento de las sombras. Qué humillante verse obligado a guardar esa cola educadamente, sin permitirse apenas un gruñido, todo por los niños, para  no destruir la ilusión de normalidad, para evitarles el sufrimiento de comprender que en un mundo mejor, en uno más justo, no tendrían que estar ahí media tarde para montar en la atracción de los coches de Dora la exploradora.