21/6/20

CORONAVIRUS, la serie. Episodio 2x10

Vete a casa, le dicen a la mujer del señor. Has dado positivo.

Al señor se le cae el mundo encima. También algún satélite. El positivo implica encerrarse otras dos semanas en casa, en plena temporada alta de picnics y batallas de agua. El señor casi habría preferido que el test hubiese sido de embarazo.

Pero apenas una hora después, su mujer recibe una llamada pidiéndole perdón, porque ha habido un error. Lo que tiene no es el virus, sino anticuerpos. El subidón de alegría es tal que les entran ganas de subirse a un BMW descapotable y recorrer las calles de Madrid dando bocinazos y ondeando la bandera rojigualda como si acabaran de ganar el Mundial.  Según leen en la prensa, no serían los primeros.

La proximidad del verano logra aligerarlo todo, incluso las plagas bíblicas. Paulatinamente, los encuentros virtuales y las llamadas telefónicas a familiares y amigos son reemplazadas por encuentros en vivo y en directo. El orden del día se replica de manera sorprendente en todas las conversaciones:

1. Saludo (codo, culo, palmadita o abrazo, según el caso) mientras se valoran los cambios físicos en el otro: Estás más cachas, más delgado. Qué moreno, qué pelo más largo (se omiten comentarios negativos: estás más pálido, más calvo, más viejo, como un tonel).

2. Mascarilla. Comentar lo coñazo que es llevarla para tantear si al otro le parece bien prescindir de ella y aumentar simplemente la distancia.

3.Yo creo que lo pasé en marzo/ febrero/ enero. Sintomatología. Listado de casos en el círculo social.

4. ¿Qué tal tu ERTE? Teletrabajo. Pros y contras.

5. Telecolegio. Contras.

6. Valoración de la gestión gubernamental y el ambiente político (no el punto más alegre).

7. Planes vacacionales. ¿Cuánto tiempo vas al pueblo?

8. Lista de cosas en las que el virus nos ha hecho mejores como sociedad y otros chistes amargos.

9. Confrontación de hipótesis sobre la evolución de la pandemia. Teorías de la conspiración.

10. Pide un deseo: que no llegue nunca el otoño.

11. Despedida (codo, culo, palmadita o abrazo, según el caso).

Ya nos advertía Alberto Olmos de que no habíamos sido confinados en nuestra casa, sino en una conversación. Y Andrés Neuman decía incluso antes de todo esto que cambiar de tema puede ser revolucionario.

Pero el hito que marca un antes y un después en la vida del señor no es el paso a la fase 1, ni a la 2, ni a la 3, sino el fin del curso escolar. Cualquiera pensaría que es él quien acaba de aprobar 1º y 4º de primaria. Importante señalar, eso sí, que a la hija del señor le han bajado la nota en Valores,  pues su profesora ha juzgado que el código moral de esta niña de 7 años no ha estado a la altura de las circunstancias. Por su parte, la profesora de inglés le aconseja a su hijo que trate de no despistarse tanto, cosa que el señor promete recordarle en la próxima plaga que asole el mundo.

Mientras tanto, en otra esfera de realidad, fascistas, judeomasones, terroristas y estalinistas bolivarianos deciden en el Congreso el rumbo que debe seguir el país. En Estados Unidos, la muerte de un negro a manos de un policía origina una oleada de protestas antirracistas con réplicas incluso en España, donde pocos se acuerdan de gitanos, moros y topmanteros. Se desvela que el rey emérito se llevó comisiones de Arabia Saudí (convenientemente transferidas a Suiza), cosa que siente muchísimo (lo de que le hayan pillado, vamos). Aumentan las exclusivas en los medios (el ruido) y la actividad en las redes (la furia). Miguel Bosé (disfrazado de Drácula) se enfrenta en solitario a un megavillano (Bill Gates) que pretende incolcularnos nanochips de control (aparte de los del móvil) con la vacuna del coronavirus (una tapadera).

La temporada termina, y quizá con ella, la serie. Termina también el Estado de Alarma, queriendo o sin querer, en el momento justo, en el día perfecto para deshacerse de las angustias y el miedo, los escándalos, la rabia, los ertes y los muertos. Bastará con echarlo todo a las llamas purificadoras de una hoguera de San Juan.

De sus cenizas, nacerá, esperada por unos y temida por otros, la Nueva Normalidad.

19/6/20

Buenafuente

Cada vez que muere un famoso, Buenafuente cuelga en redes un vídeo en el que aparece él entrevistándolo. En unas semanas, Pau Donés, Rosa María Sardá, Carlos Ruiz Zafón. Si un día me invitan al programa, me lo tendré que pensar muy seriamente.

9/6/20

Pau

Muere Pau Donés. 53 años. No me interesaba demasiado su trabajo, nunca he escuchado un disco suyo, pero ahí está el poso imborrable de un puñado de canciones. Y me caía simpático. Su paso de la publicidad a la música fue tiempo atrás estimulante para mí,  porque hacía de alguna manera plausible que yo pudiera hacer lo mismo en algún momento de mi vida. Además, su muerte me lleva a pensar en la de mi hermana, que murió a una edad similar y de la msima enfermedad, cáncer de colon con metástasis en el hígado. Y, claro, me lleva a pensar en la mía. En que yo también podría morir a esa edad. O antes. Podría morir ya, y me invade una profunda melancolía. ¿Qué quedaría? Unas cuantas brechas emocionales. No muchas, pero unas cuantas. Mis hijos y mi mujer, sobre todo, lo pasarían mal. Ellos son los que tendrían una cicatriz para siempre. Quizá algunos amigos. Algunos clientes tendrían que llamar a otro. Nada irremediable. Dejaría una mesa terriblemente desordenada. Algunos libros a medio leer. Docenas de ideas y de proyectos dispersos que acabarían, antes o después, en la basura. Imposible eludir la sensación de no haber aprovechado el tiempo, de no haber desplegado mi potencial. Qué vanidad. Solo puedo estar medianamente orgulloso de haber sido, o al menos intentado ser, un buen padre.

Qué vacuo el trabajo, algunas envidias, algunos rencores. Qué absurdas las tensiones políticas, las tertulias, las banderas, el ruido. Qué insignificantes, qué frágiles, qué vulnerables somos todos, y qué juntos estamos en nuestra vulnerabilidad.

Cuánto tiempo perdido en menudencias. Cuántos sueños aparcados en el futuro por pereza. O por cobardía. Era un tipo creativo y con sentido del humor, podrían decir algunos. Tenía ciertas aptitudes para el dibujo, la música, la literatura. Poco más.

Recuerdo una anécdota contada, creo, por John Berger. El pintor Oskar Kokoschka impartía una clase de dibujo y, en cierto momento se acercó al modelo y le pidió al oído que se dejara caer, que fingiera desmayarse o morir, y así lo hizo, hecho que como es natural inquietó sobremanera a los estudiantes. Todos se mostraron muy alarmados pensando que había muerto de manera fulminante. El modelo, entonces, se puso de nuevo en pie, y Kokoschka les dijo: Ahora, dibujadlo sabiendo que está vivo.

Así habría que vivir también, sabiendo uno que está vivo.

Me parece que voy a ir pidiendo cita para una colonoscopia.

5/6/20

Lectura futura

Leer seguidos, por primera vez, todos los episodios, las sinopsis de este diario de la pandemia, y sentir un vértigo, como si leyera un testimonio escrito hace años, o décadas, como si fuera mi hijo el que lo leyera dentro de mucho tiempo en busca de algo que le ayudara a entender qué pasó en 2020, cómo lo vivió, cómo lo vivimos, en qué le afectó, y no terminara de encontrar respuestas, solo una mezcla de ternura, de compasión, de extrañeza, de nostalgia.

4/6/20

CORONAVIRUS, la serie. Episodio 2x09

A finales de mayo, sigue muriendo gente, pero a estas alturas importan más las fases que las fosas. Se pregunta el señor si el objetivo de la batalla contra el virus no sería el mismo que el del desembarco de Normandía: tomar una playa. Pues solo se habla ya de si nos bañaremos por turnos, de a qué distancia se colocarán las toallas y de si estarán abiertos los chiringuitos.

El señor ve en la tele a un agente de viajes de El Corte Inglés que afirma ser el presidente del gobierno animando a todos los españoles a disfrutar en verano de la belleza paisajística, y la riqueza cultural y gastronómica de este gran país. En la misma comparecencia, se anuncia un luto oficial de 10 días, el más largo de la democracia, dicen, y en opinión del señor, posiblemente el más apresurado. Se trata de un homenaje a las víctimas del coronavirus cuando todavía no ha terminado la pandemia. Al señor le daría mucha rabia morirse de covid-19 después de finalizado el luto oficial. ¿Podría acogerse a él retroactivamente? Por otro lado quizá no es mala idea celebrar incluso los funerales de manera anticipada, y así se los quita uno ya de encima. El señor se da cuenta de que las prisas obedecen al único objetivo de evitar que se junte lo de enterrar muertos con lo de hacer castillos de arena.

Por supuesto, el señor y su familia no van a entrar en ese juego, así que se decantan por pasar las vacaciones en la montaña. Lamentablemente no son los únicos con unos inquebrantables valores morales, y la ocupación en apartamentos del Pirineo sobrepasa ya el 90%. Habrá que estar al tanto estos días, se dice el señor.

Se inicia la desescalada, aunque en muchas calles, bien podría llamársela desfase: colas en las terrazas, picnics en los jardines, bandas de niños chutando pelotas, impulsando patinetes, empapándose con los aspersores, y hordas de neo-runners esquivando ancianos como en una carrera de obstáculos. Es como un after a las 8 de la mañana. Nadie piensa en la resaca.

El señor cataloga mentalmente los variados usos de la mascarilla:

1-Sujeta-papadas (el más extendido).

2-Diadema.

3-Pendiente (colgando de una sola oreja).

4-Collar (el portador recuerda a un san bernardo).

5-Bolsito de mano (podría terminar siendo un complemento de fiesta).

6-Pulsera.

7-Codera.

8-Collejera (para proteger la colleja del sol).

9- Filtro para observar eclipses (propina imaginada por el señor).

10-Tanga (otra propina).

El señor, naturalmente, lleva siempre mascarilla. A veces incluso se la saca del bolsillo y se la planta en el rostro. Es una mascarilla deportiva con una eficacia contra el virus del 100% gracias a una innovadora tecnología que impide al ser humano tanto inhalar como exhalar. No digamos ya hablar. Las primeras conversaciones en vivo con amigos y familiares no son mucho más sofisticadas que las de unos cavernícolas. Sin embargo, parece que se ve la luz al final del túnel, la alegría se expande, la vida se abre camino. Y al contrario de lo que pueda parecer, el señor está bastante a favor de la luz, la vida y la alegría. Al menos en principio.

Sí, qué demonios, el señor se siente incluso atravesado por el optimismo cuando Madrid pasa de pantalla y puede por fin ir a correr a la Casa de Campo. Pero entonces, a la mañana siguiente, mientras planifica con naturalidad el próximo encuentro, recibe una llamada telefónica de su mujer. Le han hecho la prueba en el trabajo y el resultado es positivo.


Madrid: fase 1.