30/12/12

Carta paradójica a los Reyes Magos

Queridos Reyes Magos,
este año he sido verdaderamente buenísimo, así que espero tengan a bien traerme lo que más deseo en este mundo: un saco lleno de carbón.

12/12/12

Je me souviens XI

111.
Me acuerdo de que durante unas semanas de extrema necesidad, me fumaba las colillas que encontraba por la calle.

112.
Me acuerdo de que el primer cigarrillo que fumé fue a medias con un amigo, y de que estaba medio roto y teníamos que tapar los agujeros con los dedos para que tirara.

113.
Me acuerdo de fumar Bisonte y Lola. Este último sabía a manzanilla y me daba náuseas.

114.
Me acuerdo de que el reloj que menos me duró fue uno que me robaron por la calle el mismo día de mi cumpleaños.

115.
Me acuerdo de que durante una estancia en Palma de Mallorca, me propuse robar algo en cada tienda de souvenirs del paseo marítimo, y casi lo consigo.

116.
Me acuerdo de que en el colegio me peleé al menos en dos ocasiones, pero no recuerdo por qué motivo.

117.
Me acuerdo de que siempre me he enfadado del mismo modo: callándome muy serio, como si eso fuera insoportable para el otro. Y a veces lo es.

118.
Me acuerdo de las gemelas de El Resplandor, de Stanley Kubrik.

119.
Me acuerdo de un concurso de TV3 que se llamaba Filiprim.

120.
Me acuerdo de que uno de mis profesores favoritos en EGB fumaba en pipa.


23/11/12

Je me souviens X

101.
Me acuerdo de que de vez en cuando arrancábamos las antenas a dos hormigas y las obligábamos a pelear.

102.
Me acuerdo de que tuve lombrices (en los intestinos).

103.
Me acuerdo de que mi hermano y yo llegamos a tener un montón de gusanos de seda en cajas de zapatos, y de que recorrimos numerosas mercerías con la esperanza de que nos compraran la seda.

104.
Me acuerdo de que el autocar que cubría la ruta Madrid-Barcelona siempre realizaba una parada en Alfajarín.

105.
Me acuerdo de cuando en las gasolineras se vendían los grandes éxitos de Julio Iglesias, Camarón, Los chunguitos, Jose Luis Perales o La Pantoja. En cassette.

106.
Me acuerdo de que el primer disco que escuché de Radiohead fue OK Computer.

107.
Me acuerdo de que hice con un amigo un remix compuesto únicamente a partir de temas lentos. Eros Ramazotti, Joaquín Sabina, Queen, Sting…

108.
Me acuerdo de que cuando a mi tía y a mí nos gustaba mucho una canción, la grabábamos decenas de veces en una cinta, para no tener que estar rebobinando todo el rato.

109.
Me acuerdo del chasco que me llevé cuando puse Canal + para ver una película que me interesaba y descubrí que estaba codificado.

110.
Me acuerdo de que en casa teníamos una máquina de escribir muy moderna, que permitía incluso tapar con typex los errores.

19/11/12

Je me souviens IX

91.
Me acuerdo de que un año fui al Festival de Cine Fantástico de Sitges y no vi ni una película.  No había reservado entradas, y  al final de casi todas las colas encontré un cartel en la taquilla que decía "AGOTADAS".

92.
Me acuerdo de un cine de Sabadell en el que vi El Imperio del sol, de Steven Spielberg, y Batman, de Tim Burton. Hace años ya que es un supermercado Dia.

93.
Me acuerdo de que al salir de ver Carretera perdida, de David Lynch, mi ex se dio cuenta de que se había dejado el bolso. Regresamos y había desaparecido. Bolso perdido.

94.
Me acuerdo de Twin Peaks. Me acuerdo también de que el entusiasmo general se fue transformando a medida que avanzaba en una terrible indignación.

95.
Me acuerdo de que hubo una temporada en que echaba azúcar a las tostadas con fuagrás.

96.
Me acuerdo de las cabañas en los árboles.

97.
Me acuerdo de que tenía un bote lleno de canicas. Algunas eran metálicas, y me gustaban mucho porque me recordaban a la serie Starman.

98.
Me acuerdo de que mi tía y yo salíamos a menudo a dar un paseo nocturno en coche simplemente para ir escuchando música mientras recorríamos alguna carretera en mitad del bosque.

99.
Me acuerdo de que se quemó el Edificio Windsor de Madrid. Estábamos en la fiesta de cumpleaños de un amigo que tenía la tele encastrada en el hueco de la chimenea, de manera que el fuego televisado parecía el del hogar.

100.
Me acuerdo de Cosmonauta.


15/11/12

Je me souviens VIII

81.
Me acuerdo de las niñas de Alcásser.

82.
Me acuerdo del asesino del Bollycao, aunque no recuerdo exactamente por qué terminaron apodándolo así.

83.
Me acuerdo de Álex Gorina en Noche de Lobos.

84.
Me acuerdo de El ansia, de Tony Scott. Y de que por error se grabó en blanco y negro, y durante mucho tiempo pensé que se había rodado así.

85.
Me acuerdo de El tiempo es oro, con Constantino Romero.

86.
Me acuerdo de Julia Otero en el 3x4.

87.
Me acuerdo de Si lo sé no vengo.

88.
Me acuerdo de Joaquin Prats en El precio justo. "¡A jugaaaar!".

89.
Me acuerdo de que una vez fui de público a Cifras y Letras. Nos dieron un bocadillo.

90.
Me acuerdo de que al principio la gente se colgaba el móvil en el cinturón, como una pistola.

9/11/12

Je me souviens VII

70.
Me acuerdo de una profesora de lengua que terminó llorando de impotencia en clase. ¿Fue el día que uno tiró una silla por la ventana, el que ese mismo rompió un fluorescente de un balonazo, o aquel en que otro se negó a copiar la lección porque afirmaba no haber hecho nada malo?

71.
Me acuerdo de Bruce Willis en Luz de luna. Y de que yo imitaba constantemente su media sonrisa. Y de que plastifiqué con celo la foto de una revista en la que aparecía Cybill Shepherd.

72.
Me acuerdo de que varios amigos nos reuníamos en casa de alguien para masturbarnos.

73.
Me acuerdo del Tetris.

74.
Me acuerdo de que durante unos meses me pasé mañanas enteras leyendo libros en la FNAC.

75.
Me acuerdo del bar heavy La dimensión desconocida.

76.
Me acuerdo de Hitchock presenta. Sobre todo de aquel episodio basado en un relato de Roald Dahl que termina con el plano de una mano con solo dos dedos.

77.
Me acuerdo de cuando se puso de moda el Acid House.

78.

Me acuerdo de Indiana Jones. Y de Los Goonies, claro.

79.
Me acuerdo de que a pesar de los tiroteos y las explosiones, casi nunca moría nadie en El equipo A.

80. 
Me acuerdo de Geene Kelly en Cantando bajo la lluvia.

Je me souviens VI

61.
Me acuerdo del efecto 2000.

62.
Me acuerdo de la tragedia que provoqué el día que mi madre se enteró de que había grabado una película encima de un concierto de Julio Iglesias.

63.
Me acuerdo de la música que escuchaban mis padres. ABBA, Carpenters, Boney M, Mocedades, Pimpinela…

64.
Me acuerdo de los chistes que se contaban en el colegio comparando a Irene Villa con una serpiente.

65.
Me acuerdo de Los pitufos, y de David el Gnomo, y del Juez Klaus, y de Los diminutos ("Nadie sabe dónde están, pequeños seres misteriosos están viviendo con nosotros pero seguro que no los verás").

66.
Me acuerdo de la Estatua de la Libertad en El planeta de los simios.

67.
Me acuerdo de que un día encontré en la estantería un libro titulado The Book of love, lleno de ilustraciones que mostraban varias decenas de posibles (e imposibles) posturas.

68.
Me acuerdo de El Club de los poetas muertos, de Peter Weir. Y de que mi tía y yo compramos la banda sonora y un libro que recopilaba todos los poemas de la película.

69.
Chime chiachicuerchido chide chieschite chicóchidichigo chisechicrechito.

8/11/12

Je me souviens V

51.
Me acuerdo de Dartacan y de que no entendí el juego de palabras hasta muchos años después.

52.
Me acuerdo de Willy Fogg.

53.
Me acuerdo de David Niven y Cantinflas en La vuelta al mundo en 80 días.

54.
Me acuerdo de Vincent Price.

55.
Me acuerdo de Michael Jackson, cada vez más blanco.

56.
Me acuerdo de la mirada bicolor de David Bowie.

57.
Me acuerdo de que Freddy Mercury murió al cabo de unos pocos días de hacer público que tenía SIDA.

58.
Me acuerdo de la exuberante melena de Brian May.

59.
Me acuerdo de Eugenio vestido de negro, fumando muy serio y con una copa en la mano.

60.
Me acuerdo de que muchos lloraban en el colegio el día que entregaban las notas.

7/11/12

Je me souviens IV

41.
Me acuerdo de que Prince escribía "u" en lugar de "you", y "4" en lugar de "for".

42.
Me acuerdo de la tinta roja y verde de La historia interminable de Michael Ende.

43.
Me acuerdo de Leonardo, Rafael, Michelangelo y Donatello. Las tortugas ninja.

44.
Me acuerdo de la mano de BMW.

45.
Me acuerdo de la brillante calva de Toni Segarra en una conferencia en la UAB.

46.
Me acuerdo de que me pidieron que hiciera los trofeos para el festival de truchos de la facultad. Y de que cuando lo sostenían los ganadores, no sentía envidia, sino miedo de que el trofeo se rompiera, pues estaba hecho de arcilla.

47.
Me acuerdo de que cuando mi abuela preparaba bizcocho yo rebañaba el cuenco con los restos de la masa cruda. Y de que mi abuela dejaba en cada ocasión un poco más.

48.
Me acuerdo de la banda sonora que Mike Oldfield compuso para Los campos del silencio.

49.
Me acuerdo de que en la Cuesta de Moyano robé un día la novela Encuentros en la tercera fase (ignoro si anterior o posterior a la película) y que jamás lo leí.

50.
Me acuerdo de que jugando a saltar por encima del respaldo de una silla, me tropecé y me partí la barbilla.

5/11/12

Je me souviens III

31.
Me acuerdo de aquel durísimo e inflexible sargento gritando a Richard Gere "¡Abandona!". Y de este haciendo flexiones bajo la lluvia mientras repetía una y otra vez "¡Señor, no, Señor!".

32.
Me acuerdo de que los vendedores ambulantes siempre conseguían venderle algo a mi padre: unas gafas de sol, un reloj, unos auriculares con radio incorporada, una alfombra…

33.
Me acuerdo de que cuando tenía miedo por la noche me tapaba con todas las mantas posibles, creyendo ingenuamente que si alguien me clavaba un cuchillo, el filo no lograría atravesar ese montón de capas.

34.
Me acuerdo de Charlton Heston con una larga barba blanca, clavando su báculo en la tierra y haciendo que se abrieran las aguas del Mar Rojo.

35.
Me acuerdo de que para disfrazarme de Papá Noel usaba una bolsa blanca de plástico a modo de barba. Naturalmente, las asas servían para sujetarla a las orejas.

36.
Me acuerdo de que hice una mudanza en metro y el de seguridad no quería dejarme pasar con aquella tabla de planchar de la que colgaban bolsas y cubos.

37.
Me acuerdo de la afición de Bill Clinton a las becarias.

38.
Me acuerdo de la imputación por amputación de Lorena Bobitt. Y de que luego a su marido le reimplantaron el miembro y se hizo actor porno.

39.
Me acuerdo  de "una mano en la cabeza, una mano en la cintura, un movimiento sexy".

40.
Me acuerdo de que las numerosas palabras cortadas por la mitad y la casi nula coincidencia entre los acentos musicales y las sílabas tónicas hacían prácticamente imposible entender a la primera las letras de Mecano.

4/11/12

Je me souviens II

21.
Me acuerdo de que Induráin tenía en reposo entre 40 y 50 pulsaciones por minuto. Y de que su madre tenía poco más de sesenta.

22.
Me acuerdo de la peseta que Lola Flores pedía a cada español.

23.
Me acuerdo de la mancha rojiza en la calva de Gorbachov.

24.
Me acuerdo de un superordenador jugando al tres en raya en Juegos de guerra.

25.
Me acuerdo de que muchas mañanas mi madre tenía que empujar nuestro Seat 127 granate para que arrancara.

26.
Me acuerdo de que trabajé durante mucho tiempo en un bar que se llamaba Meda porque los hijos del primer dueño se llamaban Melanie y David.

27.
Me acuerdo de que en los cines vendían bolsas de arroz inflado.

28.
Me acuerdo de la película de Heman protagonizada por Dolph Lundgren.

29.
Me acuerdo del "Váyase, Sr. González".

30.
Me acuerdo de que durante una clase de Plástica, seguimos todos a través de la radio el ataque de los aliados al ejército de Sadam Hussein en Kuwait. Había terminado el plazo del ultimátum.



Je me souviens

En 1978 Georges Perec publicó su libro Me acuerdo, inspirándose en los I remember de Joe Brainard:  se trata de un listado de 480 fragmentos de memoria, cada uno de los cuales comienza con las palabras "me acuerdo". No es fácil determinar su género, quizá podría considerárselo poesía, pero no importa qué es sino para qué sirve. Su objetivo, según palabras del propio Perec, era "tratar de sacar a la luz recuerdos casi olvidados, no esenciales, banales, comunes, si no a todos, por lo menos a muchos […]. No son recuerdos personales, sino más bien  retazos de diario, de cosas que tal o cual año, todo el mundo de una misma edad vio, vivió, compartió y, después, olvidó […]. Sucede que, sin embargo, vuelven de nuevo, unos años más tarde, intactas y minúsculas, por casualidad o porque las hemos buscado, una noche, entre amigos".

Al leerlo, se le hace dificil a uno resistirse a hacer su propia versión, así que no voy a intentarlo siquiera. Ahí van los primeros.

1.
Me acuerdo de que muchas mañanas me quedaba maravillado viendo a unos vecinos subirse a su Citroën plateado. Al arrancar, el coche se elevaba ligeramente con un zumbido hidráulico.

2.
Me acuerdo de la traición de Laudrup.

3.
Me acuerdo de cuando en la Plaza España de Sabadell se hacían enormes hogueras de San Juan.

4.
Me acuerdo de que coleccionaba cromos de Basil el superdetective.

5.
Me acuerdo de que lloré mucho después de ver E.T., porque si yo hubiera sido Elliott me habría subido a la nave.

6.
Me acuerdo de que lloré mucho después de ver Quién puede matar a un niño, porque yo no quería morir.

7.
Me acuerdo de que fui al circo de Teresa Rabal y me subí con mi hermano a un elefante.

8.
Me acuerdo del olor del Blandiblú.

9.
Me acuerdo de que arreglaba con celo las cintas de vídeo 2000.

10.
Me acuerdo de que tras un concierto vi salir a Miguel Ríos entre dos escoltas. Más que protegerlo, parecía que lo sostenían.

11.
Me acuerdo de cuando el gotelé estaba de moda.

12.
Me acuerdo de cuando todos mis compañeros de clase empezaron a llevar el pelo de punta.

13.
Me acuerdo de cuando nadie celebraba Halloween.

14.
Me acuerdo de fumar en un avión.

15.
Me acuerdo de ver en el cine un breve episodio de los Simpson en el que querían hacerse una foto familiar y al final salían todos enfadados.

16.
Me acuerdo de cuando leí El Perfume, de Patrik Süskind. Primero, en castellano. Unos meses más tarde, en catalán.

17.
Me acuerdo de Jean Michel Jarre en el Palau Sant Jordi tocando un organillo, encontrado en la calle y restaurado por él mismo.

18.
Me acuerdo del tema de Jean Michel Jarre que fue la música oficial de un Tour de Francia.

19.
Me acuerdo de que me hice una chuleta de las declinaciones del latín grabándolas con un punzón en un boli Bic.

20.
Me acuerdo de la decepción que sentí al ponerme unas gafas rojas y verdes para ver en la tele una película de vaqueros en 3D. Al contrario de lo que yo esperaba, ninguno de los personajes se salió de la pantalla.


10/10/12

Tres greguerías

El piano se ríe con notas y acordes cuando le hacen cosquillas en las teclas.

Los zapatos con cordones son pequeños corsés para los pies.

Lo que distingue a un muerto de un dormido es la altura a la que le llega la sábana.

26/9/12

Segundas oportunidades

Todo el mundo se merece una segunda oportunidad, también aquellos que no compraron mi libro nada más publicarse y que no acudieron a la presentación. Para todos ellos, y para todos aquellos otros que sí lo hicieron pero les supo a poco, la asociación Tiramisú Entre Libros ha organizado una reunión en la que se presentarán tres libros, uno de ellos ese que os aparece a la derecha de la pantalla.

https://www.facebook.com/events/113513758797888/

21/9/12

Tres muertes tristes

La de la flor agonizante que mantienen enchufada a la vida sumergiendo su tallo amputado en el agua de un jarrón de escayola con forma de planta. 

La del camarón que es pescado, amontonado en la lonja, expuesto en la pescadería, frito en la sartén, y que nadie llega a comerse porque en el trayecto del cucurucho a la boca cae sobre el mantel,  entre las migajas de pan y los rodales de vino.

La del árbol centenario que es talado y serrado para producir varas de madera que terminan sirviendo de guía a árboles raquíticos en una glorieta.

19/9/12

Teclado

Aguardo en la acera apoyado en el teclado Casio como si se tratara de un extravagante bastón. Enseguida se acerca una niña gitana de unos seis años. Todavía está a algunos metros cuando me llama de ese modo al que nunca me acostumbraré.

- ¡Señor! ¿Puedo tocarlo, señor?

-No se puede tocar. Está desenchufado.

Sin embargo ella ya lo está tocando. Parece que no quiere dejarse ninguna tecla ni ningún botón.

-¿Por qué no suena?

-Ya te lo he dicho, está desenchufado.

-Entonces, ¿para qué lo quiere?

-¿Que para qué lo quiero? Bueno, cuando quiero tocarlo, lo enchufo.

-Pero, ¿por qué lo tiene aquí?

-Es que se lo van a llevar.

-¿Se lo van a llevar? ¿Quién, la policía?

-¡No, hombre!

-¿La ambulancia?

-Se lo va a llevar una sobrina mía. Se lo regalo.

-¿Y dónde está tu sobrina?

-Ahora vendrá.

-¿Cómo se llama?

-Julia.

-¿Y el resto de tu familia?

-Su hermana se llama Violeta. Sus padres, Alberto y Laura.

-¿Y los demás?

Alguien me grita. En la esquina, un poco más allá, me hace señas mi cuñada. Comienzo a alejarme con el teclado bajo el brazo.

-¡Lo vas a tirar! -suelta la niña con la mirada llena de esperanza.


14/9/12

Algunas greguerías

Al  rajar y destripar las cartas de los bancos demostramos lo buenos pescaderos que hubiéramos podido llegar a ser.


Los collares y pulseras se abrazan aterrorizados temerosos de que los saquen un día del cajón.


Los restaurantes chinos están repletos de bateristas a los que se les han quedado pequeñísimas las baquetas.


6/9/12

Caza-tuits

Un tuitero viene a ser como un  japonés de vacaciones buscando constantemente algo fotografiable, centrando todas sus facultades y su atención en el siguiente encuadre, en el siguiente clic, hasta que ya solo percibe el mundo en fotografías. 

La principal diferencia es que, tras unas semanas, el turista  regresa a casa y guarda la cámara en un cajón.

31/8/12

On air

El único y verdadero objetivo de la vida es la continuidad, reproducirse para permanecer. No importan las condiciones. Como un programa de televisión dispuesto a cambiar cualquier elemento (el presentador, el público, la duración, los decorados, los colaboradores, los temas, la mecánica, el tono, la franja horaria, su propia esencia…) con tal de mantenerse en antena para toda la eternidad.

28/8/12

Ideologías

Los tecnócratas solo hacen lo que hay que hacer. Analizan con objetividad, diagnostican desapasionadamente,  resuelven con precisión y mano firme en función de los recursos disponibles. Nada más.

Las ideologías son un lujo que solo nos podemos permitir en los tiempos de bonanza. Casi un capricho.

Por eso sus acciones están completamente desprovistas de ideología. Al menos de una que se atrevan a mostrar.

27/8/12

Vivir de prestado

Existe un tipo de parásito social que se alimenta con voracidad insaciable de los productos culturales de los demás. Cada vez que se encuentra en casa de alguien, no importa si es amigo, familiar o vagamente conocido, atiende a la charla solo a medias mientras busca con mirada nerviosa la estantería de los libros, de los CD, de los DVD. Luego aprovecha el regreso del cuarto de baño (a sabiendas de que el grupo está concentrado en una conversación en la que no se le tiene en cuenta), y, con la cabeza ladeada en un perfecto ángulo recto, se dedica a escanear los nombres, autores y títulos de los lomos. Lo hace con la urgencia de un espía infiltrado que es consciente de que cada segundo es precioso y de que en cualquier momento alguien puede descubrirle y lanzarle una pregunta que lo aparte irremisiblemente de su búsqueda para hacerle caer de nuevo en las garras del grupo. Frases como "¿a que sí?", "¿eh, te acuerdas tú de eso?" o "cuéntales lo del otro día", algo subidas de tono, podrían ser fatales. Como mucho, le quedaría el breve intervalo mientras contesta distraídamente "¿el qué?". Pero hasta que eso suceda, aún tiene margen para seguir, estante a estante, con lo suyo. Su mirada está tan entrenada que es capaz de saltarse casi instantáneamente aquellos artículos que ya forman parte de su colección. Vistos en la oscuridad, sus ojos emanan un brillo rojizo, como los de Terminator. Si le falta tiempo, siempre puede aprovechar el momento de la despedida, la confusión de besos, abrazos o apretones de manos de la que se escabulle con la habilidad de un Houdini para no dejar su tarea a medias. Sea como fuere, cuando esta sanguijuela sale por la puerta ya lleva entre sus brazos una montaña tal de objetos que parece un reponedor de la Fnac. Al anfitrión, le deja tan sorprendido esa visión que apenas es capaz de reaccionar, y consiente en el préstamo como bajo los efectos de la hipnosis. En ese instante, el prestamista no es consciente de que las posibilidades de recuperar sus pertenencias son, en el mejor de los casos, remotas, porque cuando el asaltante llega a casa con su botín, lo coloca en el mueble del salón emulando atávicos ritos de sacrificio a los dioses, y la librería lo engulle todo en el acto, mezclando para siempre lo propio con lo ajeno. Mientras las estanterías de los demás se debilitan irremediablemente exhibiendo dentaduras cada vez más melladas, las paredes de esa pulga que salta de casa en casa llevándoselo todo parecen haber sido alicatadas con libros,  películas  y discos que a menudo, y eso es lo peor, ni siquiera llega a leer, ver o escuchar jamás.

Tras sufrir unas acusaciones que me parecieron del todo injuriosas, eché un vistazo al Gran Mueble del Salón, por pura curiosidad, y decidí apartar todo lo que creyera que no era mío. Empecé contento, convencido de que no podía haber demasiadas cosas. Pero el montoncito fue creciendo, y mi expresión terminó siendo un calco de la de Mickey Rourke en El corazón del Ángel cuando descubre aterrado que él es el asesino y que su alma le pertenece al diablo. Más de veinte objetos (eufemismo de casi treinta) apilados a lo largo de los años. De algunos ni siquiera recuerdo al dueño legítimo. Damas y caballeros, yo soy ese ser espeluznante. El que todo lo ve. El que todo lo toma. El que nada devuelve.

8/8/12

Conversación robada IV. La mesa de los niños.

A los niños se les ha puesto en una mesa aparte para que padres e hijos puedan hablar de sus cosas con total libertad. De vez en cuando, los adultos lanzan miradas distraídas a su prole mientras sorben con fruición los jugos de gambas y almejas en esa fresca terraza frente al mar. Los niños exhiben sus torsos morenos y hacen desaparecer a lametones los churretes de helado que les resbalan hasta el codo. Sin duda, los padres no imaginan la trascendencia de su conversación.

-Pues hoy he estado a punto de morirme -informa el más rechoncho de los cuatro.

-¿De qué? -pregunta la mayor mientras busca la mejor forma de atacar los restos de su cucurucho.- ¿De risa?

-No, de verdad -responde el primer niño muy serio.

Nadie le mira ni le anima a proseguir el relato de sus desventuras, pero él aún confía en poder ganarse a su audiencia exponiendo los detalles de su traumática experiencia.

-Había bandera amarilla, y la orilla estaba cada vez más y más lejos. Nadé sin parar y cuando por fin empezaba a tocar las piedras del fondo con el pie, vino una ola así de alta -dice señalando el toldo que les protege del sol-. Y me arrastró con tanta fuerza que acabé de espaldas contra el suelo.

El niño repasa los rostros de sus compañeros de mesa esperando tal vez que alguien diga algo. Finalmente, alguien lo hace.

-¿Qué hora es?

-Las tres -contesta la mayor.


11/7/12

Críticas

Cuando un artista afirma desdeñoso que las críticas le resbalan, se refiere a las malas, claro. Las buenas se le adhieren al ego como lapas.

5/7/12

La buena educación

M señala eufórico el suelo. Ha descubierto un bichito.

-Hola -le dice, contento.

Acto seguido, lo aplasta de un pisotón.

-Adiós -se despide apenado, agitando la manita.

27/6/12

Retraso

El 21 de junio de 2012 a las 18:00 (hora española) Twitter sufrió un fallo en cascada en sus servidores.

Durante más de hora y media nadie en el mundo pudo hacer un tuit.

Nadie.

Casi lo habíamos logrado.

Casi habíamos conseguido sujetar el tiempo, evitar que se nos resbalara constantemente de entre los dedos.

Parecía que íbamos a poder mantenernos siempre en equilibrio en el delgado filo del presente.

Cada segundo que lográbamos seguir en pie nos hacía sentir más intrépidos y audaces.

Pero ahora sabemos que ese equilibrio era  inestable y precario.

Y que nos hacía parecer a todos unos pésimos imitadores de Chiquito de la Calzada.

Se ha ido todo al carajo.

Esa hora y media sin Twitter es un abismo que engulle los tuits que lo rodean. Es un agujero negro.

Podemos fingir que no ha pasado nada, pero ya nunca estaremos realmente a la última.

Los primeros tuits tras el apagón a la fuerza tuvieron que tratar de explicar ese vacío. Y al explicar el pasado se les negaba el presente.

Ya nunca nos pondremos al día.

Ya estamos condenados a tratar de rellenar lo que queda detrás, ese pasado inmediato, para toda la eternidad.

Eso es lo que creo.

O eso creía, al menos, hace una hora y media.


20/6/12

Correspondencia

No sé cómo me las arreglaba, pero conseguía la dirección de Roberto Bolaño y le mandaba un largo mail hablando de cientos de cosas, la mayoría de las cuales tenían que ver, claro, con mis textos, con los suyos y con los de los demás.

Poco después me contestaba. Yo miraba la bandeja de entrada con su nombre ahí, en negrita, y no daba crédito, sobre todo porque de repente caía en la cuenta de que hacía años ya que él estaba muerto. Pero eso con la emoción enseguida se me olvidaba, y yo me entregaba contento a una correspondencia de lo más apasionada. Él seguía respondiendo, de modo que yo no podía evitar fantasear con que eso iba a terminar convirtiéndose en una amistad, como la que él relataba en su cuento Sensini.

Un día quedábamos. Nos dedicábamos a lo mismo que en los mails, a charlar sobre literatura, solo que ahora lo hacíamos el uno al lado del otro, dando largos paseos que se prolongaban hasta el anochecer. Pero de pronto yo volvía a acordarme de lo de su muerte y lo que me estaba contando en ese momento se iba diluyendo en mi creciente inquietud. Él se daba cuenta de que algo no iba bien, y entonces nos deteníamos los dos, en medio de la calle. Me mira con gesto interrogante, así que le entrego un sobre, en cuyo interior sé que hay una carta que le informa de que ya no puede ir por ahí manteniendo conversaciones ni correspondencias con nadie porque está muerto. Le miro leer la carta con tristeza, convencido de que enseguida leeré en su rostro la decepción. Sin embargo, cuando alza la mirada por encima de las gafas para mirarme a los ojos, sonríe. Y muy tranquilo me dice que yo también, que yo también estoy muerto.

13/6/12

Espejismo

Sentado en el pretil de hormigón de la boca de metro, sigue el ajetreo algo nervioso que acompaña el arranque de cada jornada en la gran ciudad. Delgado, seco como si lo hubieran estrujado. Su rostro, un mapa de grietas, surcos y sombras. Lleva una camiseta sin mangas sucia, polvorienta, con marcas de sucesivos rodales de sudor. Sus brazos largos y fibrosos son de un intenso color rojizo, tan escamados que en algunas zonas se le ha desprendido la piel dejando al descubierto una capa rosácea y delicada, como desconchones en una vieja pared. Se diría que este hombre lleva años atravesando en solitario un desierto infinito. Un desierto cuyo único límite es el horizonte, siempre escurridizo, siempre inalcanzable. Le veo contemplar el trajín de la mañana, los oficinistas, los obreros, los estudiantes que entran y salen del metro, las madres que van de un lado para otro, empujando cómodos cochecitos, los camiones de reparto en doble fila que dejan escapar por sus compuertas traseras cajas, palés y carretillas, y me doy cuenta de que mira todo eso con cierta extrañeza y con cierta desconfianza, como si sospechara que puede tratarse de una trampa, de un espejismo. Como si a pesar de haberle dado cientos de vueltas en su cabeza no lograra entender por qué toda esa gente no está cruzando el desierto con él.

10/6/12

Zapatillas

Dos pares de zapatillas de estar por casa. Aparentemente blandas, cómodas; llenas de pelotillas, feas como un demonio, como les corresponde a las buenas zapatillas. Auténticas.  Un par de hombre junto a un par de mujer. Están las unas al lado de las otras, perfectamente alineadas. Es normal dejarlas así cuando uno se mete en la cama. Estas están frente a un contenedor. Lo primero que pienso es que quizá sus dueños estén dentro. No se escucha nada. Parece que duermen. Paso procurando no hacer ruido.

5/6/12

Cha-cha-cha-cha-changes

Cuando cierro el grifo de la ducha, cojo la toalla y, sin salir aún de la bañera, me seco en primer lugar la cara, luego el resto de la cabeza. Después, el hombro y el brazo izquierdos hasta llegar a la mano, y regreso por el lado interior hasta llegar a la axila. Acto seguido, repito los mismos gestos simétricamente opuestos. A continuación me coloco la toalla por detrás, a modo de capa, y me seco la espalda y el torso. Siempre frotando con brío, dejo que la toalla vaya resbalando hacia abajo, y me seco bien los muslos, las nalgas y la entrepierna. Luego doblo en el aire la pierna izquierda y la voy recorriendo hasta los dedos del pie, que una vez seco, poso ya en el suelo, fuera de la bañera. Finalmente, apoyando el peso en esa pierna, mantengo suspendida la derecha, y la seco en equilibrio terminando también en el pie. Por fin, acabo en la esterilla que hay junto a la bañera y alzo los brazos como un gimnasta ruso tras un ejercicio perfecto.  Así es como me seco desde hace años; tantos, que no recuerdo haberme secado jamás de otra manera. Y, sin embargo, algo falló ayer en la secuencia que me hizo perder el hilo y mi liturgia de secado estalló en mil pedazos. Improvisé como pude, por supuesto, y terminé igualmente seco, que es lo que cuenta, pero faltaron dominio, precisión, gracilidad. Y sobraron torpeza,  movimientos inseguros llenos de duda. Era como si ya no supiera secarme.

El incidente con la toalla me llevó a pensar en las rutinas, en las dinámicas, en las tradiciones, y en la posibilidad de cambiarlas por otras nuevas, o cambiarlas sin más, en un alarde imposible de innovación constante. Y en teoría es posible cambiar: nuestras actitudes, nuestras opiniones, nuestra conducta, nuestra forma de relacionarnos con los demás. Siempre había estado convencido de ello (con una certeza, todo hay que decirlo, que apestaba a dogmatismo postmoderno). Y sí, en principio es posible cambiar todo eso, incluso cambiar el mundo. Pero hagan el experimento, prueben un día a secarse de una manera distinta.

30/5/12

Uno de esos

Si uno recorría este fin de semana la Feria del Libro de Madrid, desfilaban ante sus ojos rostros más o menos ilustres, más o menos respetados, o más o menos familiares, como los de Eduardo Galeano, Paul Preston, Fernández Mallo, Lucía Etxebarría, como si pasearse a lo largo de las casetas fuera una especie de zapping literario; y de pronto aparecía una cara que desentonaba, una cara que podría ser la de cualquiera, una cara que a nadie se le ocurriría meter en el mismo saco que las de esos literatos que regalaban firmas con la alegre filantropía con que los Reyes Magos reparten caramelos.

Ajeno a este hecho, yo posaba contento en mi caseta, hasta que un amigo me contó que había sido  testigo de la extrañeza de un par de visitantes al encontrarse con mi cara en un cartel, y repetida justo debajo en carne y hueso.

–¿Alan Grané? ¿Y ese quién coño es? –preguntó uno al borde de la indignación, imaginando tal vez que mi presencia respondía a algún tipo de negligencia.

–Bah –respondió el otro bufando–, seguro que es uno de esos listillos.

23/5/12

Intimidad

Crecer es también una batalla por la intimidad. Una lucha que comienza a librarse el día en que nacemos, y en la que tenemos que pelear por cada centímetro,  ganar terreno a los demás en nuestra propia piel hasta hacerla realmente nuestra.

Envejecer es ser testimonio de nuestras batallas perdidas, de cómo aquellas fronteras ensanchadas con paciencia geológica se estrechan a nuestro alrededor como un nudo corredizo que termina atrapándonos irremediablemente y dejando nuestro cuerpo a merced del invasor.

22/5/12

Colas

En la glorieta que hay junto a mi casa empiezan y terminan varias líneas de autobús. Ese hecho quizá lleve a preocuparse a más de uno por las largas colas que debo de tener que soportar cada vez que quiero realizar un trayecto en transporte público. Y aunque en efecto es así, no es en absoluto como imaginan. En mi barrio, lejos de los itinerarios habituales de los políticos y empresarios de éxito de la ciudad, y del indiscriminado tiroteo fotográfico de los turistas, han cambiado la cola del autobús por la cola… del autobusero.

Reconocer a los autobuseros en sus minutos de descanso resulta de lo más sencillo: gafas de sol oscuras, camisa azul, pantalones negros, y la chorra en la mano. Al pasar junto a la parada, se debe ir rápido  y dando saltitos si uno no quiere que le salpiquen. Pero salvo por eso y el insoportable hedor a orines en las paredes que se libraron de los graffitis para ser víctimas de un mal mayor, supongo que no puedo quejarme. 

Y si puedo, no me sale. Al menos no con la naturalidad de la joven Z, que viendo cerca de su casa a uno de los señores Smith sopesándose el miembro con la palma de la mano y dibujando un corazón en la acera con su potente meada, se acercó decidida a él, con su carlino en brazos, y le preguntó levantando mucho la barbilla si es que no le daba vergüenza. El autobusero, sin apenas disminuir la potencia del chorro, le contestó que qué quería que hiciera, que si tenía ganas, pues tendría que mear. Y luego, al percatarse de la presencia del perrito, que con su morro aplastado, parecía mostrar también cierta indignación, no dudó en añadir:

–Y, bueno, su perro también se mea en la calle, ¿no?

–¿Y eso es usted, un animal? –y con cada pregunta se acercaba a él un paso– ¿No tiene conciencia? ¿No sabe lo que es un bar? ¿Nadie le enseñó nunca a ir al baño? ¿Acaso va a cuatro patas?

Por lo que cuenta la propia Z, el autobusero huyó sacudiéndose las últimas gotas por el camino, temiendo quizá acabar con una correa al cuello y comiendo galletas de un cuenco.

Yo también terminé cantando las cuarenta, pero opté por la reacción típicamente masculina: quejarme por teléfono. Primero al ayuntamiento, luego a la comunidad, finalmente a no sé qué departamento con el que se cortó la comunicación en el momento clave. Irritado, colgué el teléfono, y el chasquido violento del aparato me hizo tomar conciencia de sopetón de que me estoy haciendo mayor.

El otro día vi de nuevo bajarse del bus al conductor; en esa ocasión, una conductora. Gafas de sol, camisa azul, pantalones negros, y una larga cola de caballo. La seguí con la mirada largo rato, intrigado. ¿Entraría en un bar? ¿Se acuclillaría en el bordillo? ¿O se bajaría la bragueta y enarbolaría orgullosa también ella una buena cola?

16/5/12

Metamorfosis

Les hacemos pasear por el parque para que les dé el sol, les animamos a que echen de comer pan a las palomas, queremos que vayan por la calle, pero no brincando sin ton ni son, sino despacito y a nuestro lado, les ponemos tirantes y calzado cómodo, les damos la comida en bocados minúsculos sin apenas sal, y el día de San Isidro los envolvemos con un chaleco de cuadros o una mantilla y les encasquetamos una parpusa.

¿Por qué nos empeñaremos tanto en convertir a los niños en viejos en miniatura?

14/5/12

La cocina ya está abierta

Mi primer libro ya está servido.

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4/5/12

Paloma

La cabecita sucia hundida entre los omoplatos, el plumaje húmedo, apelmazado. Está muy quieta, acurrucada en mitad de una ancha acera, y no en un rincón, lo que aumenta más si cabe su desamparo. Los pies de los transeúntes la rodean, la esquivan, y puede que el golpeteo de sus zapatos contra el cemento le resulte una suerte de reloj, un reloj de pasos distorsionados que le retumban en sus huesos finos y en sus cámaras de aire anunciándole con frialdad que ya se acerca su fin. Y al verla tan concentrada en sí misma y en su agonía, no puedo evitar la idea de que esa paloma no es tan diferente de un hombre; ni sus vidas ni sus muertes lo son. La familia, el amor, la amistad, la cultura, todo forma parte de una ficción. Es una ficción necesaria, también muchas veces hermosa, pero una ficción al fin y al cabo. Un Matrix con el que intentamos ocultarnos, o al menos posponer, la evidencia  de nuestra trágica, inherente e inconmensurable soledad.

25/4/12

Maletero

El hombre, todo su pelo concentrado en un remolino de rizos engominados en el cogote, cruza la calle y se dirige a su coche. El aspecto deplorable del viejo vehículo me impide pertinaz imaginarlo en circulación. Quizá lo usen como trastero. El hombre introduce una llave en la parte posterior. Naturalmente, no tiene cierre centralizado; y supongo que sus ventanillas se subirán con manivela, eso si es que aún las conserva.  Se abre el maletero, y de pronto salen de su interior dos enormes galgos. Me quedo fascinado viendo cómo extienden hasta el suelo sus larguísimas patas de arácnidos extraterrestres. Se estiran levemente y giran en círculos, visibles solo cuando muestran su perfil, como si fueran siluetas recortadas en una cartulina. El maletero se cierra imitando el sonido de una cacerola de hojalata. La mano gruesa y oscura del hombre sujeta con firmeza la soga que une los cuellos escuálidos de los animales. Los atrae hacia sí y se aleja con una determinación que destila cierto orgullo. Sumido en una vaga confusión, compruebo la fecha en mi iPhone. Falsa alarma: seguimos en 2012.

12/4/12

La dueña

Durante unos meses del año 2000, viví en una residencia para estudiantes en la que, sin embargo, abundaban más los aspirantes a militares profesionales, los provincianos con ganas de triunfar en Madrid, los poetas borrachos y otros personajes bastante desorientados, entre los que me incluyo. Pero de todos los seres extraordinarios de aquella feria, destacaba sin esfuerzo la dueña del hostal, cuyo nombre he enterrado por alguna razón en lo más profundo de mi subconsciente.

Hablaba siempre tranquila, con sus grandes ojos muy abiertos, sin pestañear, impávida como una presentadora del telediario. Fuera de las horas de comidas, cerraba la nevera y los armarios de la cocina con candado. Su repertorio de recetas, bien variado, parecía tener como único punto en común el hecho de que disuadía de repetir incluso al más hambriento. A menudo nos peparaba croquetas, al menos ella las llamaba así. Eran unos bolones empanados tan macizos que teníamos que comer por turnos, porque si ponía una en cada plato, las patas de la mesa terminarían cediendo. En cuanto a lo que ella consideraba bechamel, según recientes estudios, es asombrosamente parecida a la argamasa que utilizaron los ingenieros romanos para erigir su imperio de pedruscones de granito y mármol. Cuando los comensales comenzaban a dispersarse, ella se acercaba con voz dulce y, no sé si con ingenuidad o mala uva, preguntaba: "¿Tienes más hambre?". Si asentías, la respuesta era siempre la misma: "Pues todavía quedan croquetas".

La carne no entraba en esa casa a no ser que fuera de extraperlo. La dueña era más de pescado, como aquel enorme pez gris y de piel áspera que un día nos plantó en la mesa. Tenía los ojos tan grandes e inexpresivos como los de ella. Había que compartirlo entre ocho o diez personas, y ninguna sabía o se atrevía a trinchar ese animal que muy probablemente había pasado sus mejores años en el estanque del Retiro. Creo que ella nos miraba desde el quicio de la puerta, con cierta curiosidad.

Era una mujer muy espiritual, su marido se iba de vez en cuando a sudamérica de misiones, de ahí que no le preocuparan cosas tan mundanas como darnos de comer algo comestible. Bueno, siendo fiel a la verdad, recuerdo un día en que nos dio huevos fritos. Por un momento dudé de si había muerto de inanición y me encontraba ya en el paraíso. Devoré el huevo con tanta voracidad que la dueña temió que me quedara con hambre: "Si tienes más apetito, quedan croquetas", soltó desafiante.

La limpieza tampoco era una de sus prioridades. Con el trasiego de gente, las pelusas y restos de comida iban cambiando de sitio y formaban a menudo curiosos patrones decorativos sobre las viejas baldosas. En cualquier caso, poco importaba que hubiera mugre en el suelo, ya que las ratas y cucarachas se cuidaban muy mucho de entrar en esa casa salvo en casos de necesidad extrema.

Su fachada de dulzura artificiosa e impertérrita se resquebrajaba un poco tan solo con el tema de la lavadora. No soportaba que separáramos la ropa clara de la oscura, que el tambor rodara lleno solo a medias durante horas. La recuerdo dándonos instrucciones al respecto retorciéndose las manos angustiada, y con un tic en un ojo, aunque quizá el tic lo he añadido yo. Había que apretujarlo todo como en un número de contorsionismo textil, y luego teníamos que formar una cadena humana y tirar entre todos para sacar de ahí un calcetín.

Seré franco: no la añoro. Pero hoy algo ha hecho clic en mi cabeza y la he visto de pronto desde una nueva perspectiva. Preferencia por el pescado, ausencia de productos cárnicos, optimización del consumo energético de los electrodomésticos, uso reducido de artículos de limpieza, higiene personal contenida. En mi ignorancia, siempre la consideré avara, tacaña, la reina de las ratas. Y ahora, después de tantos años, solo ahora caigo en la cuenta de que esa señora era en realidad una pionera, una visionaria, una defensora del medioambiente como la copa de un pino.