31/3/20

CORONAVIRUS, la serie. Episodio 2x02.

El mes de marzo de 2020 termina con 94.000 contagiados. 8.189 muertos. El señor redondea los contagios, porque no se los cree nadie. El número de muertos cuesta también de creer, pero es una cifra precisa y exacta. Basta con contar las bolsas que se amontonan en el Palacio de Hielo y en la Ciudad de la Justicia, aunque es dudoso que los muertos obtengan justicia de ningún tipo, del mismo modo que no van a ponerse a patinar.

Prosigue la llamada lucha contra el virus. El día 30 de marzo se endurecen las restricciones y ya solo pueden salir a la calle los que se dedican a actividades esenciales: conductores de autobuses vacíos, policías haciendo de sherif y periodistas informando de lo sorprendentemente vacío que está todo. Poco más. El señor constata en una de sus salidas que el quiosco de lotería de la esquina está cerrado. Al parecer, alguien ha considerado que la suerte no es esencial en estos momentos. Veremos, piensa el señor.

El señor, cualquier espectador lo sospechará a estas alturas, no es el personaje más optimista del mundo. Ni siquiera de su calle. Duda por sistema de casi todo, hasta de la esperanza. Y desde luego, duda de que en quince días nada vaya a mejorar o resolverse. Incluso Boris Johnson, negacionista de la pandemia hasta hace un cuarto de hora, admite que el confinamiento y la paralización total o parcial de la economía puede prolongarse seis meses más. De manera que tendremos que ver al Presidente del Gobierno hacer una docena de prórrogas del estado de alarma. No duda el señor de que detrás de esta dosificación de las malas noticias hay buenas intenciones, pero él preferiría que se tratara a la ciudadanía como personas adultas, que afrontarán las siguientes semanas con mayor entereza y mejor organización si cuentan con información fiable y veraz.

El señor, por tanto, no piensa, no visualiza el momento que todos parecen tener en mente, el instante feliz en que todo esto pase. De hecho, él vive ya como si no fuera a salir de su casa nunca más, algo que por otra parte tampoco difiere mucho de su vida anterior. Eso sí, el señor  está descubriendo nuevos vicios para los que se creía inmune: Twitter y el ajedrez on line. Un giro inesperado que lamentablemente no traerá a esta serie mucha más acción. Quizá ambas actividades le sirven para descargar tensión. O acumular ira. No está del todo claro.

El señor se toma otro café solo mientras saborea una idea. Parece que ciertas personas se hubieran estado preparando para esto toda la vida, piensa el señor: los astronautas, los juntaletras, las amas de casa. Y él está convencido de que es las tres cosas a la vez.

Boris Johnson: contagiado.

28/3/20

1.Pedos

Hoy me ha venido a la mente la imagen de unos niños revoloteando alrededor de un señor que acompaña cada paso de un sonoro pedo, el recuerdo de infancia que compartió una vez en la mesa la amiga de mi tía María, hace al menos 30 años. Ella murió hace tiempo ya, y he sentido un vértigo repentino al pensar que es muy posible que ese recuerdo solo viva en mí.

26/3/20

24.

Durante la COP25 leí en prensa que la caída del Imperio Romano se debió a un cambio en las temperaturas. Hoy leo que en realidad fue cosa de las plagas de peste y viruela.

25/3/20

CORONAVIRUS, la serie. Episodio 2x01.

El señor arranca la temporada visiblemente más delgado y con la barba más asilvestrada.

En estos días, ha visto reducirse sus horas a unas pocas rutinas diarias: trabajar, echar una mano a sus hijos con los deberes, hacer un poco de ejercicio. Algún episodio. Alguna lectura.

La actividad antes anodina y cotidiana de salir a hacer la compra se ha imbuido de extrañeza. Es una aventura cargada de angustia, de peligros imaginarios, de diálogos a flor de piel y de una desoladora melancolía.

En Carrefour, el hipermercado más grande del barrio, no quedaban cebollas. Tampoco apenas material de papelería, casi el principal motivo de que fuera allí y no a otro lugar. Sin embargo, sí encontró a un amigo al que hacía tiempo que no veía. Una situación doblemente singular. Optaron medio en broma pero muy en serio por saludarse con el codo, y se pusieron al día de sus confinamientos,  tan similares y tan distintos. A él,  acostumbrado a pasar su tiempo fuera de casa, el encierro se le hace cuesta arriba. Su ex, médico internista, está contagiado. Pero el amigo se alegra al menos de tener perro. La vida social fuera de las redes le recuerda al señor los breves encuentros de novelas como 1984, en que los personajes hablan de actualidad o del tiempo intentando deslizar un mensaje más profundo. Como en una película de espías.

En la panadería había cola de ancianos enmascarados. En la frutería, también. Una vieja sale bajo el peso de su chepa, cargando una bolsa de hortalizas y sosteniéndose en un precario equilibrio con ayuda de una muleta. Pero cómo no viene tu marido, le pregunta un señor de la fila. Él está peor, le contesta la vieja. Pues estamos apañados, dice el hombre. El señor ayuda a la mujer a bajar unos escalones y ve que se le inundan los ojos en lágrimas. Gracias, joven, le dice.


En el mercado apenas hay nadie. El charcutero le sonríe desde detrás de una mascarilla. Una sonrisa de resignación. Le cuenta al señor que ahora está obligado a tomar la temperatura a los repartidores del género, y registrarlo en un impreso que puede ser objeto de inspección en cualquier momento. Le muestra el termómetro de infrarrojos. Le cuenta también que está preocupado por su hijo, que debe examinarse en junio de la selectividad. A ver qué pasa, le dice.

El pollero se muestra tan crítico como preocupado. Hemos ido tarde. Mi hijo vive en Suiza, le dice al señor, y cuando empezó lo de Italia, cerraron fronteras y confinaron a todo el mundo en su casa. Lo peor es ahora la incertidumbre, tanto de la salud como de la economía. Los que no caigan por una cosa, caerán por la otra. Yo tengo 61 años y me siento lleno de vitalidad, pero si enfermo, a lo mejor me descartan para tratar a alguien con más probabilidades de sobrevivir que yo. Los dos se despiden con un "en fin".

El señor se zambulle en twitter y en la prensa digital varias veces al día. Se entera de que Vox está haciendo campaña contra los titiriteros (queda claro que no los necesitamos, dicen) y contra los inmigrantes (que se paguen su tratamiento contra el virus, dicen). Se entera de que han habilitado como morgue el Palacio de Hielo de Madrid. Se entera de que van a cancelar el curso escolar. Luego se entera de que no. Se entera de que estamos a la espera de dos aviones repletos de material sanitario. Luego se entera de que ese material es absolutamente insuficiente. Se entera de que Harvey Weinstein está contagiado. De que Plácido Domingo está contagiado. El señor ata cabos. Luego el señor se entera de que Carmen Calvo muy posiblemente está también infectada. Adiós a otra teoría. Se entera de que el príncipe Carlos de Inglaterra está contagiado. Se entera de que Greta Thunberg dice que está contagiada. El señor se pregunta si el contagio de coronavirus no será ahora mismo una especie de paseo de la fama para las celebridades. Una alfombra roja por la que desfilar luciendo síntomas en lugar de diamantes, escotes y sonrisas. El señor se pregunta cuántos famosos estarán dispuestos a mentir, a decir que están contagiados solo para darse publicidad. El señor es muy suspicaz, como ven. El señor se entera de que en Rio de Janeiro es la mafia quien ha impuesto el confinamiento en las favelas, en vista de que el estado no mueve un dedo. El señor se entera de que Iker Jiménez ha entrevistado a decenas de prestigiosos científicos en su programa desde fechas tan tempranas como enero. Esos científicos alertaron casi desde el principio sobre la gravedad de la epidemia y la necesidad de tomar medidas. Iker Jiménez es consciente de que él solo es "el de los fantasmas", pero se muestra asombrado porque la información estaba ante nuestra narices y todo el mundo la ha ignorado. El señor comienza a ver a Iker Jimenez como a un periodista mucho más fiable que las estrellas de la prensa autodenominada seria.

La mañana del miércoles 25 de marzo hay 48.000 contagiados. 3.400 muertos, más incluso que en China. Una triste victoria.

24/3/20

22.

Tenía intención de escribir aunque fuese una frase que no tuviera que ver con el dichoso Coronavirus, pero me parece que no va a poder ser.

22/3/20

CORONAVIRUS, la serie. Episodio 12.

¿Hay sexo en esta serie? Lo hay, pero debe admitirse que algo menos que en Juego de Tronos. El señor imagina los encierros de parejas sin hijos como lunas de miel sin la exigencia de hacer turismo, un desenfreno de carne y hormonas.  También es posible que se limiten a darse atracones de series.

El señor y su familia limpian, ordenan, aspiran, friegan. Hacen yoga. Juegan a tenis de salón. Plantan semillas de perejil y cebollino. Y entretanto, los gráficos de contagio parecen querer dispararse hacia la estratosfera en toda Europa. Ni rastro del célebre aplanamiento de la curva. Johnson se rinde y cierra pubs, gimnasios, cines y discotecas. Fin de la vía alternativa. La tensión aumenta. Se percibe también en las calles.

Un día el señor ve por la ventana a una pareja de ancianos del edificio de enfrente con la mirada fija en un yonqui buscando algo en el suelo. Y sabe el señor que la indignación de los ancianos no se debe a que se esté preparando un chino, sino a que está incumpliendo el confinamiento.

Otro día, el vecino del señor insulta desde el balcón a un tipo que estaba cagando en la calle. Son también más frecuentes las caceroladas. Las hay para el rey, para Pablo Iglesias, para Pedro Sánchez. Pronto terminarán coincidiendo las caceroladas con los aplausos. No hay tiempo suficiente para tanto ni de lo uno ni de la otro.

A mediodía del domingo 22 de marzo, Pedro Sánchez anuncia que el estado de alarma se prolongará dos semanas más,  al menos hasta el 11 de abril. Este es posiblemente su mejor discurso en toda la crisis. A la mujer del señor se le saltan las lágrimas cuando el presidente enumera algunos de los gestos solidarios de la ciudadanía.

E señor toca Imagine al piano. Es una canción trillada y capaz de generar caries en una sola escucha, pero su hija ha aprendido a tocarla con el violín y el metalonotas, y le parece buena idea hacer un dúo. Mientras suena la canción, puede el espectador visualizar el panorama de ese domingo distópico, los aplausos y luces estroboscópicas en los balcones, médicos rompiendo a llorar cuando llegan a casa, niños haciendo videollamadas a sus amigos, camioneros doblando turno en las carreteras desiertas, asesores sin escrúpulos calculando la siguiente mezquindad, cientos de camas dispuestas  cartesianamente en los pabellones de IFEMA.

A media tarde, el señor y su mujer hablan de la evolución de los acontecimientos. 28.000 contagiados. 1.700 muertos. Él hace planes en voz alta, son afortunados porque por el momento no tienen problemas económicos y es una oportunidad para compartir muchas cosas en familia. Ella está de acuerdo. Luego lo mira pensativa y le dice que se adecente por favor la barba, que estará más guapo.

Fin de la primera temporada.

20/3/20

CORONAVIRUS, la serie. Episodio 11.

El día del padre arranca con 17.400 infectados. 800 muertos. Muchos de ellos serán padres. O hijos.

El señor se sienta en su escritorio a trabajar. No encuentra ahí ningún dibujo o manualidad de sus hijos. Bueno, se les habrá olvidado, piensa el señor. Se concentra en el proyecto que debe entregar ese mismo día. Más tarde se asoma a la terraza y observa a los niños, leyendo un cuento a su prima a través de wassap.

A mediodía decide bajar a por el pan. Eso sí, a 20 minutos de distancia. Es la única panadería artesana del barrio, aunque no sabe el señor si esa explicación le valdría a la policía. Hace un día primaveral. No se cruza con más de cinco o seis peatones. El tráfico es mínimo. Solo se oye el canto de los pájaros, que parecen irse apoderando del espacio público, y se aventuran en busca de comida en las aceras desiertas y hasta en plena calzada.

Hay una cola de tres personas frente a la panadería, separadas a unos tres metros de distancia. Un tipo inunda de pronto el campo visual del señor pidiéndole la vez. Está cerca, demasiado cerca. El señor le da la vez e inmediatamente le da también la espalda para evitar posibles contagios, pero juraría que ese hombre va en pijama. Cuando le llega el turno de entrar en el local, se desinfecta las manos con gel higienizante y compra un par de barras de pan y unas magdalenas. La panadera lleva mascarilla, guantes, gorro, gafas y delantal. Han instalado una mesa para aumentar la distancia de seguridad del mostrador. Paga con tarjeta. El lector está cubierto con un plástico. La panadera se adelanta a la pregunta del señor. No podemos caer, dice. Si nos ponemos enfermos nosotros, tendremos que cerrar.

De vuelta a casa, y en un acto de cursilería impropio de él, el señor coge un par de dientes de león para que puedan soplarlos sus hijos. Menudo paseo me he dado, informa el señor. Pues has cometido una ilegalidad, le dice su mujer. Quizá sí, pero el señor piensa que encima de que se acaba el mundo no van a comer pan del chino. Y sí, le apetecía el paseo. Confía en que su mujer no lo denuncie a las autoridades.

A las ocho en punto, un clamor inunda el aire. El señor se asoma a la ventana. Una larga ovación recorre los balcones del barrio. Sus hijos también se asoman y aprovechan para gritar y aplaudir como locos. Después de cenar, obligan al señor a sentarse en el sofá. Le han preparado un espectáculo de magia. Qué fácil es enternecer y llenar de orgullo a un padre.

A la mañana siguiente, se alcanzan los 20.000 infectados, y se superan los1.000 fallecidos. Los datos no son esperanzadores. Los gestos de la ciudadanía, sí. El señor lee en la prensa que una fábrica de sofás de Murcia está fabricando mascarillas y batas de manera altruista, y que una destilería de ron está produciendo exclusivamente alcohol sanitario. También hay muchos jóvenes ofreciéndose para ayudar a la gente mayor de sus barrios y comunidades. Sentado en su silla, el señor les dedica a todos un silencioso aplauso mental.

Albiol: infectado.
Esperanza Aguirre: infectada.
El marido de Esperanza Aguirre: infectado.

¿Será un virus de izquierdas?, comenta un amigo del señor.

19/3/20

CORONAVIRUS, la serie. Episodio 10

El señor habla por teléfono con su hermano, que está en Sabadell, encerrado con tres niños en casa. Hace unas semanas sufrió una pequeña fractura en la mano y ahora han dejado de aplicarle el tratamiento que requiere. No voy a aplaudirles, le dice al señor, primero porque no puedo, segundo porque no les da la gana arreglarme la mano. En el hospital le han dicho que lo estudiarán a fondo cuando todo esto pase, frase que se ha convertido en algo así como un mantra o un comodín, pero el hermano del señor teme que la fractura mal curada derive en una lesión crónica. Cuando todo esto pase.

A mediodía, el señor toma la decisión de fugarse de casa con una bolsa de Mercadona como coartada. Se cruza con algunos individuos en la distancia. Hay intercambio de miradas llenas de recelo, como en un western. Cada uno carga con su visado: un perro, una garrafa de agua, un carro de la compra.

El señor sigue dando la vuelta a la manzana por las calles menos transitadas. El barrio está tomado por las palomas, las urracas, la maleza y los dientes de león. No hay niños que los soplen. Desde el punto más elevado, contempla en silencio el skyline de Madrid, blanco y polvoriento como si hubieran lijado el cielo. El señor se da cuenta de que por esas calles no hay comercio alguno, y de que si la policía lo para, sus explicaciones van a estar plagadas de tropiezos e inconsistencias. Vuelve a casa sin demora.

Los niños se entretienen en la terraza haciendo penes, vulvas y culos con pompas de jabón, actividad que no figuraba entre las 500 que han recibido a lo largo de estos días a través de las redes sociales, y eso lo alegra. Comienza a tomar forma, piensa el señor, la Cuarentena Ideal, los parámetros socialmente aceptables y deseables según los cuales uno debe conducirse durante este trance, que implica gestos solidarios como los aplausos de balcón, tablas de ejercicios dignas de opositores a bombero, talleres infantiles 24/7, copas virtuales con amigos, puesta al día del catálogo de Netflix, y seguimiento de cursos que nos permitan convertirnos de una vez en la mejor versión de nosotros mismos. Y todo con una sonrisa. Es el apocalipsis del buen rollo. Lo cual está muy bien, mientras nadie trate de imponerlo. El señor puede o no hacer algunas de esas cosas, pero de manera instintiva, desconfía de las tendencias y las recomendaciones. ¿De dónde diablos han salido todos esos expertos domésticos en el fin del mundo?, se pregunta el señor. ¿De dónde sacará esa gente el valor para dar consejos tan brillantes como, por ejemplo, el de llamar por teléfono a amigos y familiares?

Al señor le empieza a apetecer un poco de mal rollo. Solo por variar. Tras las canciones, tras los aplausos, tras las reivindicaciones a golpe de olla y los arcoiris pintados en las ventanas, el señor confía en que vengan las pedradas.

Deja languidecer la tarde simulando trabajar frente al ordenador. Después, mientras prepara una masa de pizza con sus hijos, oye una especie de cencerro procedente del portal, y recuerda que hoy era la cacerolada al discurso de Felipe VI.








18/3/20

CORONAVIRUS, la serie. Episodio 9

Lluvia. Cielo gris. La casa parece un submarino.

Días antes de la cuarentena, el señor empezó a poner en práctica ayunos intermitentes, y ahora le parece el momento adecuado para aplicar los mismos principios a la comunicación. Día de ayuno informativo. Ni twitter, ni prensa, ni tele, ni wassap. El señor está hasta la coronilla del coronavirus.

Por primera vez en muchos días, logra concentrarse en el trabajo varias horas seguidas. También se reduce notablemente su ansiedad, su agitación interior. A pesar del ayuno, le llega el eco de algunas noticias, como gritos de ballenas a kilómetros de distancia: Sánchez dio otro discurso, habrá moratoria de hipotecas, los casos aumentan. Poco más.

El señor pasa media hora en el estanco imprimiendo actividades escolares. El estanquero se toma muy en serio la tarea. Repasa una y otra vez las hojas que hay, las que faltan, las que están duplicadas. Todo con sus guantes de látex azules y evitando la tentación de chuparse los dedos.

Las fichas suponen un conflicto con el hijo mayor del señor, que ve materializada precisamente ahí su idea del apocalipsis. El señor se viste con sus pantalones blancos y su camisa hawaiana de naranjas mediterráneas y se graba cantando y tocando el teclado. La idea es realizar un vídeo de su grupo durante la cuarentena, con cada miembro en su propia casa.

La tarde avanza entre circuitos de gimnasia, acrobacias laborales, juegos de mesa y horas de estudio. La mujer del señor le pide que se afeite.  Él se niega en rotundo.


Se despierta en mitad de la noche por culpa de la picadura de un mosquito entre el dedo anular y el corazón de la mano izquierda. El mosquito le parece al señor fuera de lugar, no solo por la época del año, sino por la temática del momento. Es como si el protagonista de Parque Jurásico viera amenazada su vida por una neumonía en lugar de por un T-Rex.

Duerme en el sofá.

A la mañana siguiente, hay 13.700 infectados. 600 fallecidos.

17/3/20

15

¿Es posible que estando en cuarentena todo el día en casa no tenga tiempo ni para escribir la sinopsis del siguiente episodio? Es posible.

16/3/20

CORONAVIRUS, la serie. Episodio 8

9.200 contagiados, 300 muertos. El señor es de letras puras pero detecta un ligero incremento desde el día anterior. Le entran unas ganas irrefrenables de comprar papel higiénico. No se entregó a la orgía de celulosa de los primeros días y ahora él y su familia no tienen en casa ni un rollo.

El señor baja primero a tirar la basura. Calzarse le hace sentir como un astronauta a punto de realizar una operación en el espacio exterior. Baja las escaleras y ya no se siente un astronauta, sino un criminal o un revolucionario. No nota en la calle mucha diferencia respecto a otros días. Los mismos tres borrachos de siempre con sus yonquilatas frente al chino. Tráfico fluido en un sentido y en el contrario. Gente paseando al perro. Quizá demasiada gente paseando al perro, incluso arrastrando al perro. Y a lo largo del trayecto se van revelando otras diferencias: persianas cerradas, gente fumando en los balcones, ancianos con mascarilla, guantes de látex tirados por el suelo.

Hay cola para entrar en el Mercadona. Y unas marcas de pintura indicando dónde debe colocarse cada eslabón de la cadena para manetener la distancia de seguridad. Aforo limitado en el supermercado. El señor recuerda esperas similares para acceder a locales de Malasaña ya bien avanzada la noche.

El señor llena las bolsas con agilidad y determinación. Tras unos minutos nota un exceso de tensión en la mandíbula. Está apretando la boca para que no se le cuele el aliento de los demás. Es consciente de que procura no acercarse a nadie, de hecho, está procurando no ver a nadie. Su itinerario lo conforman los pasillos desiertos. Al ir en busca de unos yogures ve a un tipo estornudando sonoramente. Lo hace en el codo, pero el señor opta por visitar otra sección mientras se sedimentan los virus en supensión.

Toser en el codo, piensa el señor, será otro de esos gestos que partirá la historia en dos. Como el de pagar en euros. El señor podrá contar a sus nietos que de joven pagaba en pesetas y se tosía en la mano. Y sus nietos lo considerarán un bárbaro. ¿Y por qué lo llamarán "toser en el codo" cuando todos sabemos que eso es imposible?, se pregunta el señor. Uno no puede toserse en el codo del mismo modo que uno no puede lamerse el codo. ¿Cómo se llamarán las corvas de los brazos?, se pregunta el señor para intentar disolver la opresiva sensación de angustia que se está apoderando de él.

El señor hace el camino de vuelta lo más rápido posible, que no es mucho, pues lleva tres bolsas cargadas hasta los topes, cuyas asas, por cierto, amenazan con cercenarle los brazos. Pero no descansa un segundo, porque no quiere pasar en la calle ni un segundo de más. Cuando abre la puerta de su casa, está sudando y sin aliento, las manos dormidas. El señor guarda la compra pensando que quienes no sucumban ahora a la desesperación del encierro lo harán después a la de la liberación. El señor concluye enseguida que es un buen candidato a padecer sociofobia o agorafobia.

Ayuso: infectada.
Torra: infectado.
Seat: ERTE a 15.000 empleados.
Burger King: ERTE a otros 15.000 empleados.

La corva del brazo puede llamarse sangría, sangradura o fosa del codo.

15/3/20

CORONAVIRUS, la serie. Episodio 7.

6.400 contagiados en España, 196 muertos, suman ya, cuando el señor consulta las cifras la mañana del domingo 15 de marzo, como un inversor ansioso por ver qué tal va la Bolsa. Diez horas después, son más de 7.700 infectados y casi 300 muertos. Si alguien está invirtiendo en esto de verdad, va a irle muy pero que muy bien.

Primer día de reclusión real. Previsión meteorológica: tormentas. Sin embargo, el cielo está azul como una piscina. El señor dedicó la tarde anterior a adecentar la terraza, así que hoy los niños pueden desayunar al aire libre, y leer y jugar tumbados al sol. El señor es muy consciente de que estas prisiones en que se han transformado los hogares no son iguales para todos. La celda de unos será un interior de 30 metros cuadrados con olor a humedad, y la de otros será un chalé con jardín, pista de tenis y rocódromo. Como si cumplieran condena en países o en mundos distintos.

Es domingo, pero el señor decide dedicar gran parte del día a trabajar. Le da la vuelta al teléfono y se resiste a entrar en twitter o leer la prensa. Pero, al final, lo hace. Le sorprende, claro, la posición de Gran Bretaña, que ha optado por la medida más drástica de todas: no tomar medidas. Lamentan in advance la previsible muerte de una parte significativa de la población mayor de 65 años, pero se niegan a contraer la economía en pleno Brexit. Y había quien acusaba a los chinos de frialdad.

El señor hace ejercicio, flexiones, abdominales, burpees, sentadillas, y sube y baja las escaleras decenas de veces. Su mujer y sus hijos optan por una clase de fitness vía youtube que alguien les recomendó. En el apocalipsis de la abundancia, los supervivientes no comparten mendrugos de pan duro sino links de youtube con clases de zumba. El señor no tiene nada en contra de la zumba (bueno, la detesta), pero detesta más aún a quienes disfrutando de un encierro con comida, música y Netflix, intenta hacer creer en las redes que sus días son comparables a los de un refugiado rescatado de las fauces del mar.

Abundan también las críticas al gobierno. Por retrasar el estado de alerta, por mentir, por tomar medidas insuficientes, o excesivas, por dejar abiertas las peluquerías.

El señor no tiene claro qué pensar. Es cierto que hace una semana el mensaje que caló fue que esto era una gripe sin mayor importancia y que nada auguraba un futuro como el de Italia. También es cierto que si España era antes un país con 47 millones de seleccionadores de fútbol, ahora se ha convertido en un país con 47 millones de epidemiólogos.

Estalla la tormenta.

14/3/20

CORONAVIRUS, la serie. Episodio 6

5.200 contagiados en España, 133 fallecidos.

Nuestro señor luce barba, es un decir, y greñas, otro decir, pues lo cierto es que está calvo. Ya hacía días que venía necesitando de un repaso general con la maquinilla, pero ahora ha tomado la firme determinación de abandonarse completamente, de rendirse a un crecimiento capilar descontrolado, tan selvático como errático. La tentación de ensayar un naufragio doméstico es demasiado grande. Su mujer ha tratado de cortar la idea de raíz diciendo que ni de coña. Será interesante ver cómo se desarrolla esta subtrama.

El señor advierte que en las redes circulan menos memes y chistes, que a muchos no les hacen gracia ya si tienen a su padre ingresado o a su hermana doctora dejándose la piel en un hospital, y abundan las imágenes reales, aunque muchas no lo parezcan, como las de italianos tocando y bailando en los balcones, o las de centenares de familias que se fueron de excursión a la Sierra de Madrid,  o las de Ortega Smith haciendo gimnasia y asegurando que sus anticuerpos españoles acabarán pronto con este maldito virus chino.

Durante el desayuno, café, zumo y croissants a la plancha, la mujer del señor ha leído en voz alta el texto de una italiana que reflexiona sobre las cosas buenas que nos deja el virus, siendo una de las más valiosas precisamente el tiempo para reflexionar sobre qué aspectos deberíamos cambiar en nuestra vida y en nuestra sociedad. La mujer del señor no logra evitar que se le salten las lágrimas. Los niños no entienden el texto, pero al final aventuran: "¿lloras porque es bonito?"

El señor y su familia recogen (una escena trepidante), pasan la aspiradora (pura adrenalina), y acaban con las pequeñas hormigas que desfilan tras el sofá (una matanza que parece sacada de Salvar al soldado Ryan). La escalada de tensión llega a su apogeo cuando la hija del señor se lanza a fregar la casa como si no hubiera un mañana, poniendo en peligro real la integridad de todos, pero afortunadamente nadie resbala ni se descalabra, a lo sumo se descubre de pronto con los calcetines mojados.

El señor dedica parte de la mañana a hablar por teléfono con amigos, pero les cuelga en cuanto le dicen que lo suyo no será Covid-19, sino un catarro común. ¿Qué ganan quitándole la ilusión?, se pregunta el señor mientras se mesa la barba.

Aumentan los casos. 5.700 contagiados. 180 fallecidos.

Finalmente, a primera hora de la tarde, llega la noticia que todos esperaban: es la hora del confinamiento. Al señor, secretamente,  casi le alegra, porque en el fondo siempre ha fantaseado con ser un monje de clausura, o un vagabundo o un loco o un náufrago o un preso. Aunque es cierto que en ninguna de esas fantasías se veía acompañado de una mujer y dos niños.

13/3/20

CORONAVIRUS, la serie. Episodio 5

Por primera vez en tres días, el señor se despierta sin sensación de fatiga. Sube las persianas. Hace sol. Su familia está descansada y de buen humor. 3.000 infectados en España. Casi 128.000 en el planeta. Dicen que en 7 días podríamos alcanzar los 7.000 contagios, nivel que en Italia supuso el cierre total del país, aeropuertos, hostelería, oficina y comercios, salvo farmacias, gasolineras y supermercados. El señor sorbe su café solo y empieza a considerar seriamente la cuarentena como un auténtico regalo.

Su mujer dice tener flemas. El señor también comienza a notar más… mucosidad, porque solo pronunciar la palabra flema le llena la boca hasta la náusea. La gente se alegrará de escupir gapos, dice su mujer, significa que están sanos.

Dicen que Chuck Norris ha sido infectado, lo cual es una pésima noticia.

Venezuela y Marruecos cierran fronteras con España.

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Mientras la mujer del señor hace acopio de provisiones en Carrefour (de todo salvo papel higiénico), los niños siguen con sus juegos postapocalípticos y él trata sin éxito de concentrarse en el trabajo.

En plena sobremesa, comparece un señor en televisión afirmando que es el presidente del gobierno y que mañana decretará el estado de alarma. Cómo disfruta Ferreras. Pero a nuestro señor lo que le llama la atención es que el presidente de un país salga en la tele para decirle que se lave las manos, porque inevitablemente parece una parodia de Casimiro pidiéndole a los niños que se laven los dientes. Una parodia trágica, se entiende. En el discurso hay poca épica. El presidente da la impresión de ser el sustituto del secretario del presidente. Quizá el señor ha visto demasiado cine.

Por la tarde baja a correr acompañado de sus hijos, que van en bicicleta, porque es perfectamente posible que al día siguiente prohíban salir de casa. Hay una larga cola de vecinos del barrio a las puertas del estanco, tal vez en busca de papel de fumar como sucedáneo del papel higiénico. En los autobuses con los que se cruza no hay más de dos o tres personas, quizá la gente común empieza a concienciarse, piensa el señor. Sin embargo, al atravesar un parque ajardinado, descubre decenas de ancianos, de niños, de yonquis y de borrachos ocultos entre los matorrales y los setos, entre las ramas de los pinos, los olmos y los abetos, como bestias en la selva.

Desde un punto elevado, se detiene el señor junto a sus hijos a contemplar cómo cae la noche sobre la ciudad sitiada.

12/3/20

CORONAVIRUS, la serie. Episodio 4.

El señor comienza el nuevo día con un poco más de energía. Su adicción a los titulares on line y los wassaps es ya irrefrenable. Cuesta centrar la mente en otra cosa que no sea la pandemia (ayer mismo la declaró la OMS como tal). Una sensación de absurdo lo invade.

Su mujer se queda en casa por temor a estar también infectada, no quiere correr el riesgo de contagiar a algún compañero. Bastante mal está llevando ya la crisis su empresa, especializada en grandes eventos. Los niños no dejan de canturrear.

El señor va al mercado para comprar alguna cosa, carne, fruta, pollo. La pollería está imposible, y se nota en la vitrina que no cuentan ya con el mejor producto. Más que pollos, parecen pollitos. El carnicero asegura que saldremos de esta, que ya nos iremos acostumbrando. Una señora dice sí, pero alguno se quedará por el camino. Bueno, mujer, no hay que pensar eso, dice el carnicero.

El señor avanza por la calle con sus bolsas observando a la gente, que en su inmensa mayoría sigue a lo suyo, sus paseos, sus terrazas, sus saludos efusivos, imagen que contrasta con el vídeo recién llegado de Italia en que un coche de policía patrulla las calles vacías.

El señor entra en su portal y cierra la puerta, cosa que venía haciendo para evitar la irrupción de okupas al acecho (según solicitaba una nota en el portal), pero ahora no tiene claro si la cierra por ese motivo o para evitar la entrada de infectados. 3.000 van ya en España, casi 90 muertos.

El señor, su mujer y sus dos hijos salen a última hora de la tarde a dar un paseo por el barrio. Hace calor. El señor y su mujer hablan fundamentalmente de asuntos relacionados con el virus. Los niños se lanzan con sus bicicletas por las pendientes gritando de alegría.

Irene Montero: infectada.
Pablo Iglesias: en cuarentena.
Ana Pastor: infectada.
Tom Hanks: infectado.
Pedro Sánchez: aislado para que no resulte infectado.

CORONAVIRUS, la serie. Episodio 3.

El señor protagonista recoge a sus hijos a las 5 y echa la tarde en el parque de cháchara con otros padres, eso sí, a una distancia mayor de lo habitual, mientras los columpios son un hervidero de críos chupándose las manos y pegando mocos en el tobogán. El amigo italiano del señor se muestra cada vez más preocupado por el previsible colapso de la sanidad, una réplica del que se está produciendo en su país. Le han llamado médicos llorando porque deben dejar morir a gente en los pasillos. El señor, por su parte, confiesa que tiene tos. También menciona una idea que le ronda la cabeza estos días, la de que en nombre de la salud, estamos perfectamente dispuestos a perder la libertad y someternos a un gobierno autoritario, idea que no termina de calar. La gente se separa un poco más.

Acto seguido, y por distraerse del tema, el señor se dirige a la biblioteca municipal para hacerse con La peste, de Albert Camus. También se lleva consigo un montón de DVD de dibujos animados que estaban en el cajón de expurgo, y los reparte con alegría entre los niños y niñas del parque.

En el móvil del señor aumenta peligrosamente el caudal de memes, titulares fake y recomendaciones varias. Muchos tienen que ver con Ortega Smith, que está infectado y el día 8 asistió a un acto multitudinario de Vox en Vistalegre. También está el asunto de los supermercados: la ciudadanía ha irrumpido en estampida en Mercadona llevándose consigo hasta el último rollo de papel higiénico. Solo ha quedado temblando el cajón del brócoli. El señor trata de ver la tele o de leer algo que no tenga que ver con el dichoso coronavirus, sin éxito alguno. Le entra sueño y se va a dormir. Noche agitada.

A la mañana siguiente, trata de avanzar con el trabajo entre meme y meme, y confecciona un calendario para organizar las tareas escolares que debe hacer su hijo mayor en estos 15 días. Un cansancio como de arena comienza a inundarlo por dentro. Aumenta la tos.

Wasapeándose con su amigo del coro, descubre que este, su mujer, y sus amistades del Liceo están también con síntomas similares: fiebre, tos, agotamiento general. El señor a estas alturas está convencido ya de que todos ellos están infectados con el virus. Sopesa llamar al teléfono de urgencias, pero su amigo lo ha hecho y solo le han recomendado descansar y tomar paracetamol. El señor está convencido de que si hicieran la prueba a todo el que sospecha que padece la enfermedad, el número de casos se multiplicaría de manera alarmante. Y nadie quiere aquí alarmar a nadie.

El malestar general del señor aumenta en paralelo a la euforia de sus hijos, que no han salido en todo el día. Por la noche, mientras ellos se entregan con vehemencia a la construcción de una cabaña en su litera, el señor empieza a leer La peste, donde encuentra descripciones de espeluznantes agonías, y frases tan certeras como esta: "Ha habido en el mundo tantas pestes como guerras y, sin embargo, pestes y guerras cogen a las gentes siempre desprevenidas".

CORONAVIRUS, la serie. Episodio 2

La crisis italiana es tratada en los medios con el maximalismo y la ligereza con que se habla de las nevadas y las olas de calor. Los locutores sonríen al enumerar las medidas del gobierno, que parecen diseñadas específicamente contra el carácter nacional italiano: partidos de fútbol sin público, cierre de escuelas y universidades, cancelación de eventos multitudinarios, recomendación de aumentar la distancia personal y reducir el contacto, besos, abrazos, caricias. El señor también sonríe. Le encantan las ironías.

En esos días debía tener lugar el Mobile World Congress de Barcelona, pero termina cancelándose por la renuncia en cadena de las principales empresas del sector, algo que tanto a ciudadanos como expertos les parece un gesto un tanto sobreactuado.

El número de contagiados en Italia se dispara, también el de fallecidos. Hay casos puramente tragicómicos, como el de varias familias que resultan infectadas al coincidir en un velatorio (¿era el muerto víctima del Covid 19?). El norte se blinda, al menos en teoría. Resulta que muchos han optado por huir y pasar la crisis en el pueblo, que suele estar al sur. La situación se descontrola y las restricciones pasan de ser regionales a ser nacionales.

En España aumentan los casos, también los fallecidos, pero en total habrá un par de cientos, así que nadie se preocupa en exceso. El señor no es una excepción. Sí empiezan a considerarse personas de riesgo las que provienen de Italia, hecho que le sirve al señor de base para algún chiste con su amigo italiano, quien comienza a estar preocupado, quizá deba cancelar un viaje previsto en abril, y habla de cierto colapso sanitario, de su padre, que requiere tratamiento traumatológico y no logra ser atendido, y de su hermana, que está en cuarentena encerrada en casa. El señor se muestra empático, pero todo eso se ve tan lejos…

El viernes 6 de marzo, el señor participa como tenor en un concierto del Requiem de Mozart. El evento tiene lugar en una basílica de los años cincuenta que parece una presa. El público es un mar de canas. Público de riesgo, salvo excepciones, entre ellas la mujer del señor, que comienza a sentir cierta aversión y se sienta sola en una de las bancadas de la última fila. Los organizadores del concierto piden a los miembros del coro y la orquesta que extremen las medidas de higiene e intenten evitar el contacto físico, de manera que todos bromean con el asunto saludándose con los codos o con los pies.

Al finalizar el concierto, el señor y su mujer toman algo con otro señor del coro y su mujer, y con unas amistades de estos. Hablan todos con todos, se besan, se abrazan, ríen. Comparten unas raciones tan caras como deplorables. En cierto momento sale el tema del coronavirus, que por un lado es motivo de guasa (los niños italianos recordarán sin duda con cariño el año del coronavirus, comenta el señor) y al mismo tiempo sorprende a todos que una enfermedad poco más grave que una gripe pueda suponer tal terremoto social y financiero. El Ibex en caída libre (esas son las palabras que se emplean).

El domingo, día 8 de marzo, tiene lugar la manifestación feminista del Día de la Mujer, que reúne en Madrid a millares de personas, pero el señor y su mujer prefieren acudir a la calçotada organizada por un amigo. Entre calcçot y calçot, la mujer del señor se muestra extrañada de que en plena epidemia se permita un acto de estas características (no la calçotada, sino la manifestación), pues no son pocas las empresas que han cancelado sus eventos multitudinarios en el último mes precisamente para evitar la propagación del virus.

El lunes día 9, las autoridades informan de un considerable incremento del número de contagiados en España, especialmente en Madrid, de manera que se pasa de un escenario de contención a uno de contención reforzada, lo que supone, entre otras medidas, el cierre de colegios, institutos y universidades durante dos semanas, tanto en Madrid como en la Rioja. Los padres se echan las manos a la cabeza. Nuestro señor protagonista tiene durante horas los ojos como platos. Su hijo mayor, de 9 años de edad, al enterarse de la noticia exclama "¡toma tomate!" y pide al cielo que el coronavirus dure para siempre.

7.Esperanza

La sospecha de que la ciudad, la sociedad, cada uno de nosotros, de hecho, no están, no estamos diseñados ni preparados para lo peor. Todo se hace y se organiza con una fe ciega, una esperanza insobornable en que todo irá bien. La circulación se basa en la fe de que el de delante mantendrá una velocidad similar, los edificios se construyen confiando en que no venga jamás un seísmo, el metro o alcantarillado rezan para que no llueva ni siquiera un poquito, y el sistema sanitario espera obstinadamente que todos estemos sanísimos.

11/3/20

CORONAVIRUS, la serie. Episodio 1

Madrid, febrero. Un señor de 43 años se entera un día viendo la tele de que en China ha estallado un brote (esas son siempre las palabras que se usan) de un virus que podría haber llegado a los humanos a través de la ingesta de murciélagos. El señor menea la cabeza diciendo ay, estos chinos, mientras sorbe la armadura desvencijada de un gambón. El principal foco de la epidemia es la ciudad de Wuhan, que cuenta con 10 millones de personas, 500 de ellas infectadas, así que el gobierno la cierra a cal y canto: oficinas, fábricas, estaciones de tren y carreteras quedan desiertas y plastificadas.

A lo largo de las siguientes semanas, el señor habla con unos y con otros, y de tanto en tanto, entre los primeros pasos y tropiezos del gobierno de coalición y la serie que tienes que ver de Netflix, se cuela el asunto del coronavirus. Que si a saber si los chinos dicen la verdad, que si hay quien afirma que todo podría ser cosa de Trump para rematar su guerra comercial con el gigante asiático (esas son siempre las palabras).

El señor se maravilla ante la eficiencia y potencia logística de los chinos: construyen dos hospitales en 10 días, distribuyen millones de mascarillas, despliegan drones que velan por el cumplimiento de las restricciones de movilidad, toman la temperatura a oficinistas, cocineros, operarios, a todo el mundo, y cruzan ingentes cantidades de datos casi en tiempo real para determinar quién es y quién no un peligro para la salud del país. A los que sí, se los pone en cuarentena, aunque no faltan chistes proponiendo que quizá los ejecutan y los convierten en una materia prima más de su rica gastronomía.

El señor no es exactamente un héroe, hace poca cosa aparte de ver las noticias de la Sexta, hojear El Confidencial y cenar viendo El intermedio. En esos días es habitual ver en la tele las intervenciones vía skype de españoles que viven y trabajan en China contando su experiencia en primera persona, como si pudiera hacerse de otro modo. También recibe a veces algún meme relacionado con el virus, pero casi nunca lo reenvía.

Las cifras ascienden: 80.000 infectados en China, más de 2.000 muertos, aunque no son tantos porcentualmente, y la mayoría son ancianos con patologías previas. Algún experto lo compara en la tele con el virus de la gripe, y el señor asiente.

De pronto, el virus, como una pulga en un mapamundi, salta de país, pero a lugares que parecen aún más lejanos que China: Corea, Irán, Malasia, Baréin. Y nuestro señor sigue con su vida, haciendo promos, llevando a sus hijos al cole, al parque, a inglés, a la piscina. Para nuestro señor, en resumen, el virus no es más que una música de fondo a la que solo muy de vez en cuando presta atención.

Hasta que se produce el primer cliffhanger, y en la última semana de febrero, confirman los primeros casos en Italia.

10/3/20

5. Toque de queda

Las medidas y restricciones para evitar la expansión del coronavirus me llevan a pensar en la facilidad con que puede inaugurarse un estado totalitario.

9/3/20

4.La voz

Sorprendido por la voz de Alberto Olmos en un podcast, a quien hasta ahora solo había leído. No solo no me imaginaba cómo sonaría, tampoco que sus ideas, en el fondo las mismas de tantos artículos, resultarían tan carentes de brillo. La potencia de su humor y de su retórica, completamente ausentes. Lo que demuestra su talento como escritor, y explica por qué a menudo la gente no se interesa por su opinión tras invitarle a algún sarao literario, se quejaba él de eso y la respuesta es sencilla: así como algunos mejoran desnudos, él mejora por escrito.

8/3/20

3. Mejor amiga

Oído a dos amigas:

Me cago en la puta, es que ni se acercó por mi casa para ver cómo estaba. Y decía que era mi mejor amiga.

Joder, es que tú también, tía, os conocéis de hace dos semanas y ya es tu mejor amiga.

Ya. Pero yo qué sé. Yo estaba deprimida ahí en casa y es que ni se acercó a preguntarme qué tal te va. Hostia, que tampoco es mucho pedir. Ya paso de tener mejor amiga, que le den.

Yo es que tengo amigas en general y ya.

Sí. Tener mejor amiga es una tontería.

7/3/20

2. Promoción

Volviendo a casa con mi hija un yonqui encorvado se me acerca y me ofrece con una sonrisa mellada un abrigo para la niña. Es precioso y abriga mucho, dice. No, gracias. 30 euros, dice el yonqui. No, gracias. 20 euros, dice el yonqui. No, gracias de verdad. ¿Por cuánto lo quieres?, dice el yonqui. Es que no lo quiero ni gratis,  le insisto, no lo necesitamos. Yo no robo ropa, ¿eh?, dice el yonqui, pero este sí es robado.

6/3/20

1. Paso

¿Cómo ralentizar el paso del tiempo, mejor dicho, su trote, su galope? Vivo instalado en la sensación de quedar atrás, siempre atrás, con el cuerpo lleno de las marcas de sus cascos.

4/3/20

3. Hashtag

De nuevo me sorprende en el vestuario el discurso del niño. El niño del osito-robot. Este niño es un genio. O un loco. Un poeta. Un profeta. Un drogadicto. Un alienígena.

Está gordo y blanco como un monje. Se viste hablando solo, sus amigos, o sus compañeros, menean la cabeza, tratan de ignorarlo. A su alrededor deambulan viejos desnudos y jóvenes que se embadurnan las axilas con desodorante. Las paredes y el suelo rezuman humedad como en una gruta prehistórica. Y el niño habla:

Cuando consigues a la chica que te gusta: Me ha costado un riñón, pero bueno.

Cuando tu madre te dice que no hay nada gratis y tú le dices morir es gratis, respirar también, y ella te amenaza con la chancla porque has destruido su lógica.

Cuando los memes de Bob Esponja y Patricio ya no tienen gracia.

Cuando juegas al Mindcraft en 2020: Si no te he dicho nada.

Cuando juegas al Mindcraft en 2017: ¿Qué dices?

Cuando juegas al Mindcraft en 2014: Eres un genio.

Cuando hay alerta por coronavirus: Los reyes, las guerras, las hambrunas matan más.

#NoEsParaTanto

#SalvaElPlaneta

Solo ahí uno de sus compañeros se atreve a interrumpirle, diciéndole #Cállate.

A lo que el niño responde:

#NoTienesAutorizaciónParaEjecutarEseComando.

#LoSiento

3/3/20

2. Distancia

Los que hace una semana hacían chistes, empiezan ahora, tras ver el avance de la epidemia en España, a inquietarse, lo que demuestra por enésima vez que el humor nace de la distancia, del mismo modo que la distancia nace del humor.

2/3/20

1. Pollero

Llegar, el día, llegará, asegura el pollero a una anciana al otro lado del mostrador. Lo único que podemos hacer, continúa el pollero, es hacer las cosas lo mejor posible por si acaso al otro lado hay alguien que nos juzga, y remata contundentemente la frase deshuesando otro contramuslo.