16/4/14

La valla.


Hemos recorrido miles de kilómetros. La mayor parte a pie. Podríamos haber muerto en el desierto, perdidos y deshidratados. A muchos les ha ocurrido. Ahora pasamos frío, se hace difícil dormir por las noches, cubiertos únicamente por un plástico y con las tripas revolviéndose en busca de una postura que haga el hambre más soportable. Cuando llueve, no tenemos más opción que mojarnos y tiritar, pero nos consolamos contándonos nuestros proyectos, nuestros sueños. No se me escapa el hecho de que, mientras hablamos, el agua nos resbala por la cara, por el cuerpo, y termina formando un barrizal a nuestros pies. 

Creo que saltaré mañana, es mejor hacerlo cuando aún me siento fuerte. Hay riesgo, claro. Puedo terminar malherido o muerto, pero ya no hay vuelta atrás. ¿Cómo podría regresar a mi pueblo sin nada? Cuando vuelva, lo haré con ropa elegante, un trabajo, y regalos para todos, no más delgado y triste y harapiento. 

Circulan rumores. Se dice que al otro lado de la valla no está el paraíso con el que soñamos. Que la gente duerme en la calle, que pasa hambre, que no tiene trabajo. Pero si eso es así, ¿por qué hay una valla cada vez más alta? ¿Y por qué no saltan ellos a este lado?

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