16/8/22

Disfraz de Neptuno

La mujer oronda mira el mar desde la silla justo en la frontera voluble entre el agua y la arena. La espuma florece entre sus muslos, a veces trepa la redondez de su vientre.Y con cada ola, la silla y sus pies se entierran un poco más, y su melena con mechas electriza el aire. La mujer sonríe.

A una docena de metros en el agua, un hombre enjuto da la espalda al horizonte. Trata de mantenerse en pie, de no perder el equilibrio, pero con cada acometida del oleaje, da un traspiés. Lo observo largo rato. La cabeza rasurada y curtida hasta la clavícula, como si la hubieran injertado en ese cuerpo macilento. El pecho es una estrella de costillas. Tropieza y vuelve a su posición. El hombre sonríe.

Esas sonrisas al paisaje me chirrían. De pronto me asalta la intuición de que podrían ir dirigidas del uno al otro. El abdomen abultado y el tórax hundido parecen encajar como las geografías de África y Sudamérica. ¿Será posible que el hombre imagine eyacular cada ola en dirección a la entrepierna de la mujer, que la mujer fantasee con ser tomada por un dios marino? ¿Existe el cosplay oceánico? ¿Serán alucinaciones mías? ¿Se me ha fundido definitivamente el cerebro?

Unos minutos después, el hombre se aproxima a la mujer, le tiende una mano. La mujer tira de ella para ponerse en pie, pero cae de rodillas. Ambos salen al fin del agua, no sin dificultad. El hombre enciende un cigarrillo y se lo pasa a la mujer. Después se acerca al agua y pliega la silla.



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