Muere Pau Donés. 53 años. No me interesaba demasiado su trabajo,
nunca he escuchado un disco suyo, pero ahí está el poso imborrable de un puñado de canciones. Y me caía simpático. Su paso de
la publicidad a la música fue tiempo atrás estimulante para mí, porque
hacía de alguna manera plausible que yo pudiera hacer lo mismo en algún
momento de mi vida. Además, su muerte me lleva a pensar en la de mi
hermana, que murió a una edad similar y de la msima enfermedad, cáncer
de colon con metástasis en el hígado. Y, claro, me lleva a pensar en la
mía. En que yo también podría morir a esa edad. O antes. Podría morir
ya, y me invade una profunda melancolía. ¿Qué quedaría? Unas cuantas
brechas emocionales. No muchas, pero unas cuantas. Mis hijos y mi mujer,
sobre todo, lo pasarían mal. Ellos son los que tendrían una cicatriz
para siempre. Quizá algunos amigos. Algunos clientes tendrían que llamar
a otro. Nada irremediable. Dejaría una mesa terriblemente desordenada.
Algunos libros a medio leer. Docenas de ideas y de proyectos dispersos
que acabarían, antes o después, en la basura. Imposible eludir la
sensación de no haber aprovechado el tiempo, de no haber desplegado mi
potencial. Qué vanidad. Solo puedo estar medianamente orgulloso de haber
sido, o al menos intentado ser, un buen padre.
Qué
vacuo el trabajo, algunas envidias, algunos rencores. Qué absurdas las
tensiones políticas, las tertulias, las banderas, el ruido. Qué
insignificantes, qué frágiles, qué vulnerables somos todos, y qué juntos
estamos en nuestra vulnerabilidad.
Cuánto tiempo
perdido en menudencias. Cuántos sueños aparcados en el futuro por
pereza. O por cobardía. Era un tipo creativo y con sentido del humor,
podrían decir algunos. Tenía ciertas aptitudes para el dibujo, la
música, la literatura. Poco más.
Recuerdo una anécdota
contada, creo, por John Berger. El pintor Oskar Kokoschka impartía una
clase de dibujo y, en cierto momento se acercó al modelo y le pidió al
oído que se dejara caer, que fingiera desmayarse o morir, y así lo hizo,
hecho que como es natural inquietó sobremanera a los estudiantes. Todos
se mostraron muy alarmados pensando que había muerto de manera
fulminante. El modelo, entonces, se puso de nuevo en pie, y Kokoschka
les dijo: Ahora, dibujadlo sabiendo que está vivo.
Así habría que vivir también, sabiendo uno que está vivo.
Me parece que voy a ir pidiendo cita para una colonoscopia.
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