8/2/12

Citismo

No tengo nada en contra de las citas, al fin y al cabo son un recurso retórico como lo pueden ser la metáfora, la comparación o la sinécdoque, así que no les niego su valor. Son ideales como entradillas para comenzar a tratar de cualquier tema con contundencia; también pueden soltarse aquí y allá, envolviendo el texto en ese aura de refinado elitismo tan apreciado en ensayos y revistas literarias; y, por supuesto, funcionan espléndidamente como floritura de despedida.

Ahora bien, igual que resultaría insoportable un texto que abusase del hipérbaton, cambiando continuamente el orden habitual de los elementos de una frase, también se hace cuesta arriba el que está plagado de citas. Llega un punto en que éstas se vuelven contra el texto, y lo devoran como termitas. Si yo lo entiendo: las citas, además de socorridas, sacan un brillo especial a nuestra vanidad, dejando claro al lector lo mucho y bien que hemos leído, pero, muchachos, hay que saber contenerse.

En el colmo del citismo, me las he visto con escritores que citan en un artículo a un escritor que a su vez citó a otro (prefiero no mencionar nombres, no vaya a ser que terminemos perdiéndonos en un laberinto de espejos). O sea, que ya no sólo se cita al autor, sino también al que lo ha citado antes que tú. Como si ser un pescador profesional de citas tuviera ya en sí un gran mérito. Si nos ponemos así, esto de leer se nos va a complicar mucho. Podría haber utilizado la cita que le interesaba y punto, pero claro, hubiera perdido la oportunidad de ejercer de buen camarada nombrando a su estimado colega, y hubiera negado a la Literatura la llegada de una nueva figura literaria: la metacita.

En fin, como dijo Nosek Yenn: "Las citas, sólo con chicas monas".

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