13/1/20

4. Una fiesta

Con una fiesta del mundillo de la televisión, arrancaba la cosa. Mucha gente guapa o que se creía guapa saludando por aquí y por allá en una especie de nave industrial con proyecciones y luces de colores, y música rebotando contra los muros y contra los pechos de los invitados. De pronto las risas daban paso a muecas de pánico. Al parecer, iba a estallar una bomba. Las modelos y directores de marketing se pisaban unos a otros, se tiraban de sus vestidos de fiesta, para salir los primeros de ese antro mortal, pero las puertas estaban cerradas porque su funcionamiento dependía de un sofisticado sistema domótico y resulta que se se había ido la luz. En mi fuero interno me felicitiba por haber recelado siempre de la tecnología, sobre todo para cuestiones tan simples como abrir o cerrar una puerta. Nos lo merecemos. Poco después, penetraba en el edificio una patrulla de bomberos, y tal vez otra de artificieros. La gente huía en tromba por el hueco abierto a golpe de hacha, mientras que yo iba y venía una y otra vez buscando mis pertenencias. Ahora un trípode. Ahora una cámara. Ahora una guitarra. Otra cámara. Otra guitarra. La amenaza de bomba seguía vigente, los especialistas tendían cables por el suelo y examinaban cada rincón, y a mí solo me preocupaba no dejarme nada, no perder nada, aunque ya lo tuviera duplicado.

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