4/4/12

Negocio familiar

Sean, James, Dhani y Jason. Puede que esos nombres no le suenen a nadie, pero todo cambia al saber que son los hijos ni más ni menos que de John, Paul, George y Ringo. Los hijos de los Beatles, cuyas carreras musicales no parece que vayan a conducirles a la gloria, se plantean ahora unir sus fuerzas y reabrir el negocio familiar, abandonado abruptamente a finales de los sesenta, que rebautizarían como The Beatles, the new generation. Muchos escépticos, con la barbilla muy alta, las cejas arqueadas y los ojos nublados por una mezcla de envidia y desprecio, verán en la jugada tan solo una táctica desesperada y oportunista para apropiarse del éxito de sus progenitores y, de paso, llevarse un buen fajo de libras esterlinas. Y todos esos escépticos tendrán, sin duda alguna, razón.

Ahora bien, ¿no debería ser entonces igualmente execrable que alguien continúe con la carpintería, el restaurante o la farmacia que fundaron sus padres, a veces sus abuelos? ¿No se están aprovechando esos nuevos ebanistas, hosteleros y farmacéuticos del esfuerzo, el sacrificio y el éxito de sus predecesores? La respuesta es obviamente afirmativa. Lo cierto es que, en realidad, no tiene nada de malo, porque los primeros en alegrarse al ver que los hijos continúan su obra y siguen sus pasos son los padres.

En el terreno artístico no es tan habitual, pero a mí, más que molestarme, me resulta enternecedor que un grupo musical pueda ser como otro negocio familiar cualquiera, como una panadería, en la que se usara el mismo delantal y se amasara sobre la misma encimera, generación tras generación.

Esto me recuerda el concierto de los
Beach boys al que asistí este verano. Brian Wilson debía de andar en algún manicomio, y otro de los fundadores murió hace unos años, así que los demás se han dedicado a rellenar los huecos con hijos, primos y sobrinos, que han aprendido de los veteranos a cantar y a tocar como dicta la receta tradicional que les convirtió en una de las bandas más grandes del planeta. Quizá interpretaron algún tema nuevo, pero estuvieron sobre todo los que tenían que estar: los de antes, esos pastelillos exquisitos que solo ellos saben hacer.

Un día, los maestros morirán y ahí quedarán los aprendices, bien enseñados, haciéndonos vibrar con sus armonías vocales y sus contagiosos falsetes. Luego los aprendices se convertirán en maestros, que tendrán hijos que serán aprendices, y así se extenderá la cadena eslabón a eslabón por siempre jamás. Y me gusta imaginar que dentro de doscientos años, en un mundo de rascacielos esperpénticos, árboles virtuales y coches que andan solos, haya todavía unos Beatles y unos Beach Boys rivalizando con sus canciones por ver quién nos hace más felices.

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