25/4/12

Maletero

El hombre, todo su pelo concentrado en un remolino de rizos engominados en el cogote, cruza la calle y se dirige a su coche. El aspecto deplorable del viejo vehículo me impide pertinaz imaginarlo en circulación. Quizá lo usen como trastero. El hombre introduce una llave en la parte posterior. Naturalmente, no tiene cierre centralizado; y supongo que sus ventanillas se subirán con manivela, eso si es que aún las conserva.  Se abre el maletero, y de pronto salen de su interior dos enormes galgos. Me quedo fascinado viendo cómo extienden hasta el suelo sus larguísimas patas de arácnidos extraterrestres. Se estiran levemente y giran en círculos, visibles solo cuando muestran su perfil, como si fueran siluetas recortadas en una cartulina. El maletero se cierra imitando el sonido de una cacerola de hojalata. La mano gruesa y oscura del hombre sujeta con firmeza la soga que une los cuellos escuálidos de los animales. Los atrae hacia sí y se aleja con una determinación que destila cierto orgullo. Sumido en una vaga confusión, compruebo la fecha en mi iPhone. Falsa alarma: seguimos en 2012.

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