5/3/13

La ironía

Me sucedió al contemplar unos tapices belgas del siglo XV en los que se narraba la historia de San Esteban, el primer mártir cristiano. Siglos después de su injusta lapidación, hallaban sus restos y los iban trasladando de un lugar a otro, Jerusalén, Constantinopla, Roma, en función de las visiones a las que tenían acceso diversos iluminados. Cada vez que el equipo encargado del transporte de las santas reliquias llegaba a una ciudad después de haber sorteado toda clase de peligros, llegaba alguien asegurando que Dios le había comunicado que los restos debían reposar en otro lugar a miles de kilómetros de allí. Y yo, en los rostros esquemáticos de los que cargaban en sus hombros con el mártir, creía adivinar un gesto de hastío, quizá incluso una mirada asesina. A pesar de la gravedad y la solemnidad con que está tratado el asunto, yo no podía dejar de pensar en Este muerto está muy vivo.

Y me sucedió también leyendo algunos clásicos, como La Odisea. Por ejemplo, en este pasaje, que tiene lugar cuando Odiseo y los suyos, tras diez años de guerra, y múltiples aventuras de regreso a casa, divisan ya el perfil de Ítaca. Eolo les había regalado un odre que contenía los vientos, pero los compañeros del héroe, creyendo que contiene oro y joyas, deciden abrirlo:

Odiseo: (…) Prevaleció aquel mal consejo y, desatando mis amigos el odre, escapáronse con gran ímpetu todos los vientos. En seguida arrebató las naves una gran tempestad y llevolas al ponto: ellos lloraban, al verse lejos de la patria, y yo, recordando, medité en mi inocente pecho si debía tirarme del bajel y morir en el ponto, o sufrirlo todo en silencio y, cubriéndome, me acosté de nuevo".

El modo en que Odiseo valora la posibilidad del suicidio y finalmente se decanta por la pasividad absoluta, resignado parece a no regresar jamás a su hogar, está teñido en mi opinión de una cierta ironía digna del mismísmo Bartleby.

También es un buen ejemplo este otro pasaje, en el que Odiseo se plantea explorar una tierra desconocida:

Odiseo: (…)Al punto que divisé el negro humo, se me ocurrió en la mente y en el ánimo ir yo en persona a enterarme, mas considerándolo bien, pareciome mejor regresar a la orilla, donde se hallaba la velera nave, disponer que comiesen mis compañeros y enviar a algunos para que se informaran".

Básicamente, Odiseo da un gran rodeo para decirnos que creyó más conveniente no arriesgar su preciada vida. En definitiva, su discurso es el de un valeroso héroe, pero entre líneas puede leerse el acceso de cobardía que le hizo temblar las rodillas.

Esa fina capa de humor la he descubierto además en ciertos episodios de La Biblia, como aquel en el que Dios trata de convencer a Moisés de que exija al faraón la liberación del pueblo judío, y el elegido no hace más que poner excusas de toda clase intentando escurrir el bulto y librarse de semejante marrón.

En algunos casos, cabe la duda, la posibilidad de que, efectivamente, el autor pretendiera ser irónico, pero me temo que en la mayoría de las ocasiones no fue así, sobre todo porque los textos en los que hallo ese sutil humor suelen ser épicos, solemnes y grandilocuentes. Admito que puede ser en gran medida una cuestión mía, puramente personal: le encuentro el chiste a cualquier cosa. Sin embargo, reflexionando sobre este tema, he llegado a una conclusión que me resulta más estimulante. La ironía es fundamentalmente un distanciamiento, un desapego a la hora de contar una idea o una historia cualquiera. Si no fueron los autores de la antigüedad los que pusieron esa distancia, sólo hay otro posible responsable: el tiempo. 

El tiempo es, al fin y al cabo, el distanciamiento por antonomasia, el único verdaderamente insalvable, imperceptible, constante e inexorable, y que logra alejar a todas las cosas, y a todas las personas, incluso de sí mismas. El tiempo es pues el que añade una pátina de socarronería, una sonrisa de medio lado a todo lo que cuenta, a todo lo que queda atrás. El tiempo es el autor más irónico y salvaje del universo.







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