23/4/20

CORONAVIRUS, la serie. Episodio 2x06.

El señor ha oído hablar mucho de la guerra a lo largo de estas semanas. La guerra contra el virus. Las metáforas castrenses producen en el señor el efecto contrario al deseado: no le hacen desfilar, sino justamente ponerse en guardia. Lo cierto es que si hablamos en esos términos, habría que aceptar que de momento el virus va ganando la batalla, que se sigue propagando, sigue matando, y que sus tropas nos tienen acorralados en nuestra propia madriguera. Cada hogar se ha convertido en una pequeña Troya, en un asedio en miniatura, de andar por casa, nunca mejor dicho.

El señor decide rebautizar a su familia con los nombres de la familia real troyana: Su hijo pasa a ser Héctor, domador de caballos. Su hija, la visionaria Casandra. Su mujer, la orgullosa reina Hécuba. Y él,  Príamo, varón igual a un dios. No visten túnica, pero gran parte del día van en pijama. Paris no existe, tampoco Elena, lo que hace preguntarse a Príamo por qué demonios están los aqueos tan cabreados.

Príamo tiene poco trabajo pero dedica largas horas a tareas no remuneradas. Lava platos. Hace comidas. Tiende lavadoras. Fotografía deberes. Graba con sus hijos un cortometraje de aventuras espaciales. Lava deberes. Hace lavadoras. Fotografía comidas. El equilibrio del ecosistema doméstico es más frágil y delicado que las praderas de posidonia.

Un día, se produce un acontecimiento insólito. El grado de desorden es tal que es el mismo Príamo en persona quien propone a su mujer hacer limpieza general. Hécuba colabora sin dejar de mirarle de reojo. Entre eso y lo de las infusiones de apio y limón, no está segura de reconocerlo.

Afuera, a veces llueve y a veces hace sol. Se oyen helicópteros, aplausos, el canto de las sirenas. Príamo mira por la ventana. Vibra en el mundo la primavera, y están completamente rodeados de cagadas de perro. Los días pasan y pesan pequeñas frustraciones, la de no encontrar tiempo y ambiente propicio para escribir más, para dibujar, para tocar. Increíble pero cierto: en plena pandemia y confinamiento generalizado, Príamo anhela un poco más de soledad.  Echa más de menos estar solo que estar con gente. Ciertas llamadas y videollamadas, ciertos mensajes, correos y timbrazos en la puerta le parecen a Príamo una extensión del asedio. Puras intromisiones.

El encierro magnifica la intimidad. Príamo lee sentado en la terraza y se siente violentamente sobresaltado al oír el ruido de un pequeño escarabajo que cae de espaldas. Cuando instantes después le sucede lo mismo con una pluma perdida, opta por meterse en casa.

Dentro, el espectro de lo privado ha ganado nuevos matices. El espacio y el tiempo se vuelven sorprendentemente elásticos y modulables. Príamo hace ejercicio en la habitación de los niños, donde hasta hace unos minutos Hécuba realizaba una videollamada de trabajo, y donde unos segundos después, los príncipes de Troya librarán una batalla de peluches. No resulta extraño ya encontrar al pequeño Héctor haciendo los deberes en el suelo de un pasillo, a Casandra jugando bajo la mesa del ordenador, o a Príamo tocando el piano sentado en el retrete.

Así es la guerra, dirán algunos. Y es posible que lo que muchos están viviendo se le parezca demasiado. Para otros, en cambio, se dice Príamo, esto no pasa de ser una mili. O una prestación sustitutoria. Pero el asedio, eso sí es real.

Príamo no puede evitar preguntarse si recibirán algún regalo envenenado, si un día encontrarán sobre el felpudo de su puerta un gigantesco caballo de madera.

213.000 infectados.
22.157 fallecidos (confirmados).


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