4/5/12

Paloma

La cabecita sucia hundida entre los omoplatos, el plumaje húmedo, apelmazado. Está muy quieta, acurrucada en mitad de una ancha acera, y no en un rincón, lo que aumenta más si cabe su desamparo. Los pies de los transeúntes la rodean, la esquivan, y puede que el golpeteo de sus zapatos contra el cemento le resulte una suerte de reloj, un reloj de pasos distorsionados que le retumban en sus huesos finos y en sus cámaras de aire anunciándole con frialdad que ya se acerca su fin. Y al verla tan concentrada en sí misma y en su agonía, no puedo evitar la idea de que esa paloma no es tan diferente de un hombre; ni sus vidas ni sus muertes lo son. La familia, el amor, la amistad, la cultura, todo forma parte de una ficción. Es una ficción necesaria, también muchas veces hermosa, pero una ficción al fin y al cabo. Un Matrix con el que intentamos ocultarnos, o al menos posponer, la evidencia  de nuestra trágica, inherente e inconmensurable soledad.

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