20/6/12

Correspondencia

No sé cómo me las arreglaba, pero conseguía la dirección de Roberto Bolaño y le mandaba un largo mail hablando de cientos de cosas, la mayoría de las cuales tenían que ver, claro, con mis textos, con los suyos y con los de los demás.

Poco después me contestaba. Yo miraba la bandeja de entrada con su nombre ahí, en negrita, y no daba crédito, sobre todo porque de repente caía en la cuenta de que hacía años ya que él estaba muerto. Pero eso con la emoción enseguida se me olvidaba, y yo me entregaba contento a una correspondencia de lo más apasionada. Él seguía respondiendo, de modo que yo no podía evitar fantasear con que eso iba a terminar convirtiéndose en una amistad, como la que él relataba en su cuento Sensini.

Un día quedábamos. Nos dedicábamos a lo mismo que en los mails, a charlar sobre literatura, solo que ahora lo hacíamos el uno al lado del otro, dando largos paseos que se prolongaban hasta el anochecer. Pero de pronto yo volvía a acordarme de lo de su muerte y lo que me estaba contando en ese momento se iba diluyendo en mi creciente inquietud. Él se daba cuenta de que algo no iba bien, y entonces nos deteníamos los dos, en medio de la calle. Me mira con gesto interrogante, así que le entrego un sobre, en cuyo interior sé que hay una carta que le informa de que ya no puede ir por ahí manteniendo conversaciones ni correspondencias con nadie porque está muerto. Le miro leer la carta con tristeza, convencido de que enseguida leeré en su rostro la decepción. Sin embargo, cuando alza la mirada por encima de las gafas para mirarme a los ojos, sonríe. Y muy tranquilo me dice que yo también, que yo también estoy muerto.

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