Cuando comienza a anochecer, emprendemos el camino de vuelta a casa. En el cielo límpido las gamas de azules y violetas se mezclan en una gradación sutil y aparentemente infinita. Según avanzamos, un bloque de viviendas se dessplaza y descubrimos de pronto la luna, fina y blanca como el tajo de un bisturí, aunque no es eso lo que digo:
-Mira, ahí esta la luna. Parece un plátano, ¿eh?
-No -replica el niño.
-Sí, mira, tiene la forma de un plátano, así curvado.
-No -repite, esta vez más indignado-. ¡Un plátano no!
Hasta ahora iba caminando contento, pero de golpe el ceño se le ha bajado hasta darle un aire torbo a su mirada, y se sube refunfuñando en el cochecito.
-Bueno, no sé, me ha parecido un plátano…
-Sí, luna, plátano -concede alegremente sin siquiera mirarme.
-¿Me estás dando la razón como a los locos?
-Sí.
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