15/3/20

CORONAVIRUS, la serie. Episodio 7.

6.400 contagiados en España, 196 muertos, suman ya, cuando el señor consulta las cifras la mañana del domingo 15 de marzo, como un inversor ansioso por ver qué tal va la Bolsa. Diez horas después, son más de 7.700 infectados y casi 300 muertos. Si alguien está invirtiendo en esto de verdad, va a irle muy pero que muy bien.

Primer día de reclusión real. Previsión meteorológica: tormentas. Sin embargo, el cielo está azul como una piscina. El señor dedicó la tarde anterior a adecentar la terraza, así que hoy los niños pueden desayunar al aire libre, y leer y jugar tumbados al sol. El señor es muy consciente de que estas prisiones en que se han transformado los hogares no son iguales para todos. La celda de unos será un interior de 30 metros cuadrados con olor a humedad, y la de otros será un chalé con jardín, pista de tenis y rocódromo. Como si cumplieran condena en países o en mundos distintos.

Es domingo, pero el señor decide dedicar gran parte del día a trabajar. Le da la vuelta al teléfono y se resiste a entrar en twitter o leer la prensa. Pero, al final, lo hace. Le sorprende, claro, la posición de Gran Bretaña, que ha optado por la medida más drástica de todas: no tomar medidas. Lamentan in advance la previsible muerte de una parte significativa de la población mayor de 65 años, pero se niegan a contraer la economía en pleno Brexit. Y había quien acusaba a los chinos de frialdad.

El señor hace ejercicio, flexiones, abdominales, burpees, sentadillas, y sube y baja las escaleras decenas de veces. Su mujer y sus hijos optan por una clase de fitness vía youtube que alguien les recomendó. En el apocalipsis de la abundancia, los supervivientes no comparten mendrugos de pan duro sino links de youtube con clases de zumba. El señor no tiene nada en contra de la zumba (bueno, la detesta), pero detesta más aún a quienes disfrutando de un encierro con comida, música y Netflix, intenta hacer creer en las redes que sus días son comparables a los de un refugiado rescatado de las fauces del mar.

Abundan también las críticas al gobierno. Por retrasar el estado de alerta, por mentir, por tomar medidas insuficientes, o excesivas, por dejar abiertas las peluquerías.

El señor no tiene claro qué pensar. Es cierto que hace una semana el mensaje que caló fue que esto era una gripe sin mayor importancia y que nada auguraba un futuro como el de Italia. También es cierto que si España era antes un país con 47 millones de seleccionadores de fútbol, ahora se ha convertido en un país con 47 millones de epidemiólogos.

Estalla la tormenta.

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