25/3/20

CORONAVIRUS, la serie. Episodio 2x01.

El señor arranca la temporada visiblemente más delgado y con la barba más asilvestrada.

En estos días, ha visto reducirse sus horas a unas pocas rutinas diarias: trabajar, echar una mano a sus hijos con los deberes, hacer un poco de ejercicio. Algún episodio. Alguna lectura.

La actividad antes anodina y cotidiana de salir a hacer la compra se ha imbuido de extrañeza. Es una aventura cargada de angustia, de peligros imaginarios, de diálogos a flor de piel y de una desoladora melancolía.

En Carrefour, el hipermercado más grande del barrio, no quedaban cebollas. Tampoco apenas material de papelería, casi el principal motivo de que fuera allí y no a otro lugar. Sin embargo, sí encontró a un amigo al que hacía tiempo que no veía. Una situación doblemente singular. Optaron medio en broma pero muy en serio por saludarse con el codo, y se pusieron al día de sus confinamientos,  tan similares y tan distintos. A él,  acostumbrado a pasar su tiempo fuera de casa, el encierro se le hace cuesta arriba. Su ex, médico internista, está contagiado. Pero el amigo se alegra al menos de tener perro. La vida social fuera de las redes le recuerda al señor los breves encuentros de novelas como 1984, en que los personajes hablan de actualidad o del tiempo intentando deslizar un mensaje más profundo. Como en una película de espías.

En la panadería había cola de ancianos enmascarados. En la frutería, también. Una vieja sale bajo el peso de su chepa, cargando una bolsa de hortalizas y sosteniéndose en un precario equilibrio con ayuda de una muleta. Pero cómo no viene tu marido, le pregunta un señor de la fila. Él está peor, le contesta la vieja. Pues estamos apañados, dice el hombre. El señor ayuda a la mujer a bajar unos escalones y ve que se le inundan los ojos en lágrimas. Gracias, joven, le dice.


En el mercado apenas hay nadie. El charcutero le sonríe desde detrás de una mascarilla. Una sonrisa de resignación. Le cuenta al señor que ahora está obligado a tomar la temperatura a los repartidores del género, y registrarlo en un impreso que puede ser objeto de inspección en cualquier momento. Le muestra el termómetro de infrarrojos. Le cuenta también que está preocupado por su hijo, que debe examinarse en junio de la selectividad. A ver qué pasa, le dice.

El pollero se muestra tan crítico como preocupado. Hemos ido tarde. Mi hijo vive en Suiza, le dice al señor, y cuando empezó lo de Italia, cerraron fronteras y confinaron a todo el mundo en su casa. Lo peor es ahora la incertidumbre, tanto de la salud como de la economía. Los que no caigan por una cosa, caerán por la otra. Yo tengo 61 años y me siento lleno de vitalidad, pero si enfermo, a lo mejor me descartan para tratar a alguien con más probabilidades de sobrevivir que yo. Los dos se despiden con un "en fin".

El señor se zambulle en twitter y en la prensa digital varias veces al día. Se entera de que Vox está haciendo campaña contra los titiriteros (queda claro que no los necesitamos, dicen) y contra los inmigrantes (que se paguen su tratamiento contra el virus, dicen). Se entera de que han habilitado como morgue el Palacio de Hielo de Madrid. Se entera de que van a cancelar el curso escolar. Luego se entera de que no. Se entera de que estamos a la espera de dos aviones repletos de material sanitario. Luego se entera de que ese material es absolutamente insuficiente. Se entera de que Harvey Weinstein está contagiado. De que Plácido Domingo está contagiado. El señor ata cabos. Luego el señor se entera de que Carmen Calvo muy posiblemente está también infectada. Adiós a otra teoría. Se entera de que el príncipe Carlos de Inglaterra está contagiado. Se entera de que Greta Thunberg dice que está contagiada. El señor se pregunta si el contagio de coronavirus no será ahora mismo una especie de paseo de la fama para las celebridades. Una alfombra roja por la que desfilar luciendo síntomas en lugar de diamantes, escotes y sonrisas. El señor se pregunta cuántos famosos estarán dispuestos a mentir, a decir que están contagiados solo para darse publicidad. El señor es muy suspicaz, como ven. El señor se entera de que en Rio de Janeiro es la mafia quien ha impuesto el confinamiento en las favelas, en vista de que el estado no mueve un dedo. El señor se entera de que Iker Jiménez ha entrevistado a decenas de prestigiosos científicos en su programa desde fechas tan tempranas como enero. Esos científicos alertaron casi desde el principio sobre la gravedad de la epidemia y la necesidad de tomar medidas. Iker Jiménez es consciente de que él solo es "el de los fantasmas", pero se muestra asombrado porque la información estaba ante nuestra narices y todo el mundo la ha ignorado. El señor comienza a ver a Iker Jimenez como a un periodista mucho más fiable que las estrellas de la prensa autodenominada seria.

La mañana del miércoles 25 de marzo hay 48.000 contagiados. 3.400 muertos, más incluso que en China. Una triste victoria.

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