12/3/20

CORONAVIRUS, la serie. Episodio 3.

El señor protagonista recoge a sus hijos a las 5 y echa la tarde en el parque de cháchara con otros padres, eso sí, a una distancia mayor de lo habitual, mientras los columpios son un hervidero de críos chupándose las manos y pegando mocos en el tobogán. El amigo italiano del señor se muestra cada vez más preocupado por el previsible colapso de la sanidad, una réplica del que se está produciendo en su país. Le han llamado médicos llorando porque deben dejar morir a gente en los pasillos. El señor, por su parte, confiesa que tiene tos. También menciona una idea que le ronda la cabeza estos días, la de que en nombre de la salud, estamos perfectamente dispuestos a perder la libertad y someternos a un gobierno autoritario, idea que no termina de calar. La gente se separa un poco más.

Acto seguido, y por distraerse del tema, el señor se dirige a la biblioteca municipal para hacerse con La peste, de Albert Camus. También se lleva consigo un montón de DVD de dibujos animados que estaban en el cajón de expurgo, y los reparte con alegría entre los niños y niñas del parque.

En el móvil del señor aumenta peligrosamente el caudal de memes, titulares fake y recomendaciones varias. Muchos tienen que ver con Ortega Smith, que está infectado y el día 8 asistió a un acto multitudinario de Vox en Vistalegre. También está el asunto de los supermercados: la ciudadanía ha irrumpido en estampida en Mercadona llevándose consigo hasta el último rollo de papel higiénico. Solo ha quedado temblando el cajón del brócoli. El señor trata de ver la tele o de leer algo que no tenga que ver con el dichoso coronavirus, sin éxito alguno. Le entra sueño y se va a dormir. Noche agitada.

A la mañana siguiente, trata de avanzar con el trabajo entre meme y meme, y confecciona un calendario para organizar las tareas escolares que debe hacer su hijo mayor en estos 15 días. Un cansancio como de arena comienza a inundarlo por dentro. Aumenta la tos.

Wasapeándose con su amigo del coro, descubre que este, su mujer, y sus amistades del Liceo están también con síntomas similares: fiebre, tos, agotamiento general. El señor a estas alturas está convencido ya de que todos ellos están infectados con el virus. Sopesa llamar al teléfono de urgencias, pero su amigo lo ha hecho y solo le han recomendado descansar y tomar paracetamol. El señor está convencido de que si hicieran la prueba a todo el que sospecha que padece la enfermedad, el número de casos se multiplicaría de manera alarmante. Y nadie quiere aquí alarmar a nadie.

El malestar general del señor aumenta en paralelo a la euforia de sus hijos, que no han salido en todo el día. Por la noche, mientras ellos se entregan con vehemencia a la construcción de una cabaña en su litera, el señor empieza a leer La peste, donde encuentra descripciones de espeluznantes agonías, y frases tan certeras como esta: "Ha habido en el mundo tantas pestes como guerras y, sin embargo, pestes y guerras cogen a las gentes siempre desprevenidas".

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