13/3/20

CORONAVIRUS, la serie. Episodio 5

Por primera vez en tres días, el señor se despierta sin sensación de fatiga. Sube las persianas. Hace sol. Su familia está descansada y de buen humor. 3.000 infectados en España. Casi 128.000 en el planeta. Dicen que en 7 días podríamos alcanzar los 7.000 contagios, nivel que en Italia supuso el cierre total del país, aeropuertos, hostelería, oficina y comercios, salvo farmacias, gasolineras y supermercados. El señor sorbe su café solo y empieza a considerar seriamente la cuarentena como un auténtico regalo.

Su mujer dice tener flemas. El señor también comienza a notar más… mucosidad, porque solo pronunciar la palabra flema le llena la boca hasta la náusea. La gente se alegrará de escupir gapos, dice su mujer, significa que están sanos.

Dicen que Chuck Norris ha sido infectado, lo cual es una pésima noticia.

Venezuela y Marruecos cierran fronteras con España.

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Mientras la mujer del señor hace acopio de provisiones en Carrefour (de todo salvo papel higiénico), los niños siguen con sus juegos postapocalípticos y él trata sin éxito de concentrarse en el trabajo.

En plena sobremesa, comparece un señor en televisión afirmando que es el presidente del gobierno y que mañana decretará el estado de alarma. Cómo disfruta Ferreras. Pero a nuestro señor lo que le llama la atención es que el presidente de un país salga en la tele para decirle que se lave las manos, porque inevitablemente parece una parodia de Casimiro pidiéndole a los niños que se laven los dientes. Una parodia trágica, se entiende. En el discurso hay poca épica. El presidente da la impresión de ser el sustituto del secretario del presidente. Quizá el señor ha visto demasiado cine.

Por la tarde baja a correr acompañado de sus hijos, que van en bicicleta, porque es perfectamente posible que al día siguiente prohíban salir de casa. Hay una larga cola de vecinos del barrio a las puertas del estanco, tal vez en busca de papel de fumar como sucedáneo del papel higiénico. En los autobuses con los que se cruza no hay más de dos o tres personas, quizá la gente común empieza a concienciarse, piensa el señor. Sin embargo, al atravesar un parque ajardinado, descubre decenas de ancianos, de niños, de yonquis y de borrachos ocultos entre los matorrales y los setos, entre las ramas de los pinos, los olmos y los abetos, como bestias en la selva.

Desde un punto elevado, se detiene el señor junto a sus hijos a contemplar cómo cae la noche sobre la ciudad sitiada.

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