12/3/20

CORONAVIRUS, la serie. Episodio 2

La crisis italiana es tratada en los medios con el maximalismo y la ligereza con que se habla de las nevadas y las olas de calor. Los locutores sonríen al enumerar las medidas del gobierno, que parecen diseñadas específicamente contra el carácter nacional italiano: partidos de fútbol sin público, cierre de escuelas y universidades, cancelación de eventos multitudinarios, recomendación de aumentar la distancia personal y reducir el contacto, besos, abrazos, caricias. El señor también sonríe. Le encantan las ironías.

En esos días debía tener lugar el Mobile World Congress de Barcelona, pero termina cancelándose por la renuncia en cadena de las principales empresas del sector, algo que tanto a ciudadanos como expertos les parece un gesto un tanto sobreactuado.

El número de contagiados en Italia se dispara, también el de fallecidos. Hay casos puramente tragicómicos, como el de varias familias que resultan infectadas al coincidir en un velatorio (¿era el muerto víctima del Covid 19?). El norte se blinda, al menos en teoría. Resulta que muchos han optado por huir y pasar la crisis en el pueblo, que suele estar al sur. La situación se descontrola y las restricciones pasan de ser regionales a ser nacionales.

En España aumentan los casos, también los fallecidos, pero en total habrá un par de cientos, así que nadie se preocupa en exceso. El señor no es una excepción. Sí empiezan a considerarse personas de riesgo las que provienen de Italia, hecho que le sirve al señor de base para algún chiste con su amigo italiano, quien comienza a estar preocupado, quizá deba cancelar un viaje previsto en abril, y habla de cierto colapso sanitario, de su padre, que requiere tratamiento traumatológico y no logra ser atendido, y de su hermana, que está en cuarentena encerrada en casa. El señor se muestra empático, pero todo eso se ve tan lejos…

El viernes 6 de marzo, el señor participa como tenor en un concierto del Requiem de Mozart. El evento tiene lugar en una basílica de los años cincuenta que parece una presa. El público es un mar de canas. Público de riesgo, salvo excepciones, entre ellas la mujer del señor, que comienza a sentir cierta aversión y se sienta sola en una de las bancadas de la última fila. Los organizadores del concierto piden a los miembros del coro y la orquesta que extremen las medidas de higiene e intenten evitar el contacto físico, de manera que todos bromean con el asunto saludándose con los codos o con los pies.

Al finalizar el concierto, el señor y su mujer toman algo con otro señor del coro y su mujer, y con unas amistades de estos. Hablan todos con todos, se besan, se abrazan, ríen. Comparten unas raciones tan caras como deplorables. En cierto momento sale el tema del coronavirus, que por un lado es motivo de guasa (los niños italianos recordarán sin duda con cariño el año del coronavirus, comenta el señor) y al mismo tiempo sorprende a todos que una enfermedad poco más grave que una gripe pueda suponer tal terremoto social y financiero. El Ibex en caída libre (esas son las palabras que se emplean).

El domingo, día 8 de marzo, tiene lugar la manifestación feminista del Día de la Mujer, que reúne en Madrid a millares de personas, pero el señor y su mujer prefieren acudir a la calçotada organizada por un amigo. Entre calcçot y calçot, la mujer del señor se muestra extrañada de que en plena epidemia se permita un acto de estas características (no la calçotada, sino la manifestación), pues no son pocas las empresas que han cancelado sus eventos multitudinarios en el último mes precisamente para evitar la propagación del virus.

El lunes día 9, las autoridades informan de un considerable incremento del número de contagiados en España, especialmente en Madrid, de manera que se pasa de un escenario de contención a uno de contención reforzada, lo que supone, entre otras medidas, el cierre de colegios, institutos y universidades durante dos semanas, tanto en Madrid como en la Rioja. Los padres se echan las manos a la cabeza. Nuestro señor protagonista tiene durante horas los ojos como platos. Su hijo mayor, de 9 años de edad, al enterarse de la noticia exclama "¡toma tomate!" y pide al cielo que el coronavirus dure para siempre.

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