16/3/20

CORONAVIRUS, la serie. Episodio 8

9.200 contagiados, 300 muertos. El señor es de letras puras pero detecta un ligero incremento desde el día anterior. Le entran unas ganas irrefrenables de comprar papel higiénico. No se entregó a la orgía de celulosa de los primeros días y ahora él y su familia no tienen en casa ni un rollo.

El señor baja primero a tirar la basura. Calzarse le hace sentir como un astronauta a punto de realizar una operación en el espacio exterior. Baja las escaleras y ya no se siente un astronauta, sino un criminal o un revolucionario. No nota en la calle mucha diferencia respecto a otros días. Los mismos tres borrachos de siempre con sus yonquilatas frente al chino. Tráfico fluido en un sentido y en el contrario. Gente paseando al perro. Quizá demasiada gente paseando al perro, incluso arrastrando al perro. Y a lo largo del trayecto se van revelando otras diferencias: persianas cerradas, gente fumando en los balcones, ancianos con mascarilla, guantes de látex tirados por el suelo.

Hay cola para entrar en el Mercadona. Y unas marcas de pintura indicando dónde debe colocarse cada eslabón de la cadena para manetener la distancia de seguridad. Aforo limitado en el supermercado. El señor recuerda esperas similares para acceder a locales de Malasaña ya bien avanzada la noche.

El señor llena las bolsas con agilidad y determinación. Tras unos minutos nota un exceso de tensión en la mandíbula. Está apretando la boca para que no se le cuele el aliento de los demás. Es consciente de que procura no acercarse a nadie, de hecho, está procurando no ver a nadie. Su itinerario lo conforman los pasillos desiertos. Al ir en busca de unos yogures ve a un tipo estornudando sonoramente. Lo hace en el codo, pero el señor opta por visitar otra sección mientras se sedimentan los virus en supensión.

Toser en el codo, piensa el señor, será otro de esos gestos que partirá la historia en dos. Como el de pagar en euros. El señor podrá contar a sus nietos que de joven pagaba en pesetas y se tosía en la mano. Y sus nietos lo considerarán un bárbaro. ¿Y por qué lo llamarán "toser en el codo" cuando todos sabemos que eso es imposible?, se pregunta el señor. Uno no puede toserse en el codo del mismo modo que uno no puede lamerse el codo. ¿Cómo se llamarán las corvas de los brazos?, se pregunta el señor para intentar disolver la opresiva sensación de angustia que se está apoderando de él.

El señor hace el camino de vuelta lo más rápido posible, que no es mucho, pues lleva tres bolsas cargadas hasta los topes, cuyas asas, por cierto, amenazan con cercenarle los brazos. Pero no descansa un segundo, porque no quiere pasar en la calle ni un segundo de más. Cuando abre la puerta de su casa, está sudando y sin aliento, las manos dormidas. El señor guarda la compra pensando que quienes no sucumban ahora a la desesperación del encierro lo harán después a la de la liberación. El señor concluye enseguida que es un buen candidato a padecer sociofobia o agorafobia.

Ayuso: infectada.
Torra: infectado.
Seat: ERTE a 15.000 empleados.
Burger King: ERTE a otros 15.000 empleados.

La corva del brazo puede llamarse sangría, sangradura o fosa del codo.

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