20/3/20

CORONAVIRUS, la serie. Episodio 11.

El día del padre arranca con 17.400 infectados. 800 muertos. Muchos de ellos serán padres. O hijos.

El señor se sienta en su escritorio a trabajar. No encuentra ahí ningún dibujo o manualidad de sus hijos. Bueno, se les habrá olvidado, piensa el señor. Se concentra en el proyecto que debe entregar ese mismo día. Más tarde se asoma a la terraza y observa a los niños, leyendo un cuento a su prima a través de wassap.

A mediodía decide bajar a por el pan. Eso sí, a 20 minutos de distancia. Es la única panadería artesana del barrio, aunque no sabe el señor si esa explicación le valdría a la policía. Hace un día primaveral. No se cruza con más de cinco o seis peatones. El tráfico es mínimo. Solo se oye el canto de los pájaros, que parecen irse apoderando del espacio público, y se aventuran en busca de comida en las aceras desiertas y hasta en plena calzada.

Hay una cola de tres personas frente a la panadería, separadas a unos tres metros de distancia. Un tipo inunda de pronto el campo visual del señor pidiéndole la vez. Está cerca, demasiado cerca. El señor le da la vez e inmediatamente le da también la espalda para evitar posibles contagios, pero juraría que ese hombre va en pijama. Cuando le llega el turno de entrar en el local, se desinfecta las manos con gel higienizante y compra un par de barras de pan y unas magdalenas. La panadera lleva mascarilla, guantes, gorro, gafas y delantal. Han instalado una mesa para aumentar la distancia de seguridad del mostrador. Paga con tarjeta. El lector está cubierto con un plástico. La panadera se adelanta a la pregunta del señor. No podemos caer, dice. Si nos ponemos enfermos nosotros, tendremos que cerrar.

De vuelta a casa, y en un acto de cursilería impropio de él, el señor coge un par de dientes de león para que puedan soplarlos sus hijos. Menudo paseo me he dado, informa el señor. Pues has cometido una ilegalidad, le dice su mujer. Quizá sí, pero el señor piensa que encima de que se acaba el mundo no van a comer pan del chino. Y sí, le apetecía el paseo. Confía en que su mujer no lo denuncie a las autoridades.

A las ocho en punto, un clamor inunda el aire. El señor se asoma a la ventana. Una larga ovación recorre los balcones del barrio. Sus hijos también se asoman y aprovechan para gritar y aplaudir como locos. Después de cenar, obligan al señor a sentarse en el sofá. Le han preparado un espectáculo de magia. Qué fácil es enternecer y llenar de orgullo a un padre.

A la mañana siguiente, se alcanzan los 20.000 infectados, y se superan los1.000 fallecidos. Los datos no son esperanzadores. Los gestos de la ciudadanía, sí. El señor lee en la prensa que una fábrica de sofás de Murcia está fabricando mascarillas y batas de manera altruista, y que una destilería de ron está produciendo exclusivamente alcohol sanitario. También hay muchos jóvenes ofreciéndose para ayudar a la gente mayor de sus barrios y comunidades. Sentado en su silla, el señor les dedica a todos un silencioso aplauso mental.

Albiol: infectado.
Esperanza Aguirre: infectada.
El marido de Esperanza Aguirre: infectado.

¿Será un virus de izquierdas?, comenta un amigo del señor.

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